
La ola de violencia que azota a Guayaquil, Ecuador, no distingue entre negocios, hogares o templos. Iglesias cristianas y católicas ubicadas en las denominadas "zonas rojas" de la ciudad, como Socio Vivienda, Guasmo Sur y Monte Sinaí, se han convertido en blancos de tiroteos, extorsiones y amenazas, llevando a sus líderes a tomar medidas drásticas para proteger a sus congregaciones.
Según un informe del medio ecuatoriano extra.ec, predicar en estos sectores se ha transformado en un acto de valentía. La inseguridad ha obligado a muchos templos a cerrar sus puertas mucho antes del anochecer, limitando actividades pastorales o trasladándolas a horarios vespertinos.
En el sector de Socio Vivienda, incluso las misas han sido suspendidas o realizadas de forma virtual por las balaceras, según el testimonio de Luis Alvarado, párroco de la iglesia Beato Álvaro del Portillo, quien describe la situación como "muy complicada". La iglesia en esta zona requiere de rejas y alambre de púas como medidas improvisadas de seguridad.
La realidad es similar para las iglesias evangélicas, que, al igual que los negocios locales, son víctimas de extorsiones por parte de delincuentes que exigen pagos mensuales. Aunque el miedo a represalias mantiene a la mayoría de los pastores en silencio, la situación es palpable. Una congregante de la iglesia Dios con la Familia, en Fertisa, confesó: "Ha habido enfrentamientos mientras estamos en el culto. Da mucho temor vivir así".
El miedo ha afectado directamente la asistencia de los creyentes. "Únicamente voy a la iglesia cuando asistimos en grupo. Solita no me animo, es muy peligroso", comentó Rosalía Tandazo, una habitante de la zona. En el Guasmo, un líder religioso compartió cómo una iglesia ha visto su congregación reducirse de 40 a apenas seis miembros, lamentando que "La gente tiene miedo. Entendemos que su fe se enfríe, pero seguimos reuniéndonos los domingos".
Incluso las organizaciones de ayuda social cristiana, como el banco de alimentos Diakonía, adscrito a la Arquidiócesis de Guayaquil, se han visto forzadas a modificar sus labores o trasladarse debido a las amenazas del crimen organizado.
A pesar de las limitaciones y el temor generalizado, la fe y la misión continúan siendo el motor de muchos líderes. El pastor Michael Drouet, de Judá Ministry, afirmó su compromiso: "Sabemos que los tiempos son difíciles, pero nuestra misión es acercar a las personas a Dios, sin juzgar, sin rechazar".
Otros, como los miembros de la iglesia El Señor Restaura, siguen adelante con su labor de compartir la Palabra, aunque ahora con mayor precaución, buscando incluso acompañamiento policial para evitar asaltos.





