Persecución cristiana en Nigeria: Respondiendo a la realidad, no a la retórica

Crisis en Nigeria
Un agente de policía nigeriano patrulla una zona de casas destruidas e incendiadas tras un reciente ataque fulani en la aldea agrícola de Angwan Aku, en el estado de Kaduna (Nigeria), el 14 de abril de 2019. El conflicto actual entre pastores musulmanes y agricultores cristianos, que se cobró casi 2000 vidas en 2018 y desplazó a cientos de miles de personas, es un tema divisivo para Nigeria y algunos otros países de África Occidental. LUIS TATO/AFP vía Getty Images

En los últimos días, la crisis de libertad religiosa en Nigeria ha acaparado la atención a través de narrativas contrapuestas. Un alto asesor del gobierno nigeriano declaró a Al Jazeera que no existe un genocidio cristiano en el país, desestimando las muertes y los desplazamientos como meros “conflictos étnicos y por recursos”. Mientras tanto, el presidente Trump no solo designó a Nigeria como “País de Especial Preocupación” por violaciones a la libertad religiosa, sino que posteriormente amenazó con una intervención militar si la persecución continúa.

El mayor riesgo en estas conversaciones es que nos veamos atrapados en debates que, en última instancia, pueden dañar a los cristianos nigerianos a los que estamos llamados a servir, si permitimos que nos den excusa para mirar hacia otro lado. Porque la realidad documentada sobre el terreno es terrible: personas reales están sufriendo una violencia real a causa de su fe.

Lo que se necesita es una defensa basada en la verdad que ponga el foco en las voces de quienes sufren. Los datos hablan con claridad: según la investigación de la Lista Mundial de la Persecución de Puertas Abiertas, 3.100 de los 4.476 cristianos asesinados en todo el mundo por su fe el año pasado se encontraban solo en Nigeria. Nigeria también lidera el mundo en cristianos secuestrados por su fe, con 2.830 de los 3.775 casos a nivel mundial.

Puertas Abiertas no utiliza el término genocidio. Es una categoría jurídica precisa, y no afirmamos lo que no podemos demostrar. Sin embargo, evitar esa palabra nunca debe significar rechazar la realidad de la persecución. En el Cinturón Medio y las regiones del norte de Nigeria, los cristianos se enfrentan a una campaña de violencia tan sostenida y selectiva que comunidades enteras están desapareciendo. Se queman iglesias. Se secuestra a pastores. Las familias se ven obligadas a huir por la noche, a menudo a pie, dejando atrás los únicos hogares que han conocido.

Cuando una figura pública insiste en que no hay persecución, o cuando otra aboga por una intervención violenta, el foco puede desviarse con demasiada facilidad de las personas que sufren a la política del momento. Lo que se pierde es la experiencia vivida de los cristianos nigerianos. Se está asesinando a personas por su fe. Se está expulsando a comunidades porque creen en Jesucristo. La persecución es real y se está extendiendo.

Escuchamos a madres que han enterrado a sus hijos, a personas que han visto a pastores masacrados por ser “el cristiano”, a pastores a los que les han quemado sus iglesias hasta reducirlas a cenizas. Estas historias no son abstracciones. Son la realidad vivida de un pueblo que se aferra a la fe en medio del miedo.

Las palabras importan, pero la acción constructiva importa más. Cuando los funcionarios niegan la persecución o cuando debatimos soluciones militares como si el asunto fuera de todo o nada, se corre el riesgo de que a las víctimas les resulte más difícil esperar que llegue la ayuda adecuada. Debemos escuchar primero a la Iglesia Perseguida sobre lo que realmente serviría a sus necesidades.

La nueva designación de Nigeria como País de Especial Preocupación es un paso en la dirección correcta. Según Jo Newhouse, portavoz del trabajo de campo de Puertas Abiertas en África subsahariana, es “un reconocimiento de que el problema es grave y a gran escala, y un importante reconocimiento simbólico del tremendo sufrimiento de los más vulnerables en algunas partes de Nigeria”. Esta designación crea una oportunidad para una presión internacional medida y eficaz, centrada en la rendición de cuentas y la protección, no en la intervención militar.

Estados Unidos y la comunidad internacional pueden ayudar hablando con claridad y actuando con decisión a través de los canales diplomáticos, centrándose en la responsabilidad institucional y en frenar la violencia endémica. La gente sobre el terreno necesita protección, el enjuiciamiento justo de los atacantes, y sanidad y restauración en las comunidades afectadas.

Los ciudadanos también tienen un papel que desempeñar. Puertas Abiertas está apoyando la campaña Arise Africa, que recoge firmas para presentarlas ante las Naciones Unidas. La petición insta a tomar medidas concretas para proteger a los cristianos y a otras minorías religiosas de todo el continente: proporcionar una protección sólida frente a los ataques de militantes violentos, garantizar la rendición de cuentas mediante un enjuiciamiento justo, y ayudar a llevar sanidad y restauración a las comunidades afectadas. Firmar puede parecer un gesto pequeño, pero juntas, estas voces recuerdan a los líderes mundiales que los perseguidos no están olvidados.

Más allá de la política, este momento exige empatía y oración. Las iglesias de todo el mundo pueden solidarizarse con los creyentes nigerianos a través de la concienciación, las donaciones y la intercesión fiel. Cuando una parte del cuerpo sufre, nos dicen las Escrituras, cada parte sufre con ella. No se trata de política ni de fronteras. Se trata de personas creadas a imagen de Dios que merecen vivir seguras y en paz.

Algunos seguirán discutiendo sobre las definiciones, y están en su derecho. Pero no debemos permitir que los debates sobre la terminología o la retórica incendiaria ahoguen el testimonio de los que están sangrando y quebrantados. Lo llamemos genocidio, limpieza étnica o persecución, el efecto es el mismo. Las comunidades están siendo destrozadas. La fe está siendo probada. La esperanza se está agotando.

En un momento en que el mundo parece dividido en casi todos los temas, la protección de la libertad religiosa debería unirnos. Defender el derecho a creer no es una causa política. Es una causa humana. Los cristianos de Nigeria no piden privilegios, solo protección. Y piden soluciones que traigan la paz, no más conflictos.

Su pregunta es dolorosamente simple: ¿Al mundo todavía le importa lo suficiente como para responder con sabiduría? Nuestra respuesta debe ser sí. Y ese sí no debe venir en forma de amenazas o negaciones, sino de una defensa constante y pacífica que honre su dignidad y aborde las causas profundas de la violencia.


Ryan Brown, el autor de éste artículo, es presidente y director ejecutivo de Open Doors US.

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