
Dicen que todos somos seres políticos. Yo diría más: algunos días también lo son. Y estos... estos son días de fuego, de decisiones, de encrucijadas. Elecciones presidenciales, legislativas, consejos de juventud. Reformas que prometen transformar o desgastar. Amenazas de una asamblea constituyente. El recrudecimiento de la violencia. La nación arde, y no solo en sus calles, sino en el alma de quienes la habitan.
En medio de este escenario, surge una pregunta que no puede ser silenciada: ¿qué papel jugamos nosotros —hijos de la luz— en la tierra que sufrimos? No solo somos guardianes del espíritu; somos ciudadanos de una patria que sangra. Y como tales, debemos responder desde la fe, desde la esperanza y desde la responsabilidad.
La historia de los cristianos en la política colombiana es una historia digna de héroes. Desde el Partido Cristiano de Colombia hasta PACTO, desde la familia Castellanos hasta Colombia Justa Libres, desde el C4 hasta tantos rostros anónimos que han marcado el camino. Algunas veces levantando el nombre de Cristo con honor. Otras, lastimando su imagen con nuestras propias manos.
Yo, como muchos, nací en política dentro de un partido cristiano. Viví el ascenso y la caída. Conocí las mañanas frías repartiendo volantes con ilusión de cambiar al país. Vi cómo muchos se retiraron, heridos, cansados, decepcionados. Me quedé solo preguntándome: ¿Por qué sigo aquí?
Hace tiempo resolví la cuestión teológica: sí, participar en política es parte de nuestro llamado divino. Pero las experiencias vividas no eran precisamente un himno de victoria. Estaba en el limbo del pensamiento, en la encrucijada del corazón, hasta que me encontré con: un helado, una comunicativa e inigualable compañía, y una figura legendaria: Marco Fidel Ramírez. Una triada acompañada de emociones.
Pastor, dos veces concejal de Bogotá, primer jefe de asuntos religiosos en Colombia. Un hombre amado por unos, odiado por otros. En su sabiduría encontré píldoras de vida: “Cuando uno crece en conciencia, tiene un dilema: hacer parte del problema o de la solución”. Y para los cristianos, ese dilema ya está resuelto. Conocemos el diagnóstico, porque compartimos la misma realidad. Pero también conocemos la cura. Ese es nuestro crecimiento exponencial. Y con ello, nuestra responsabilidad.
Hay una frase poderosa que dice: “Los malos trabajan horas extras, mientras los buenos descansan en los templos”. Y aunque duela, a veces es verdad. Nos hemos encerrado entre cuatro paredes, dejando que el mundo se queme afuera. Olvidamos la parábola de las diez vírgenes. ¿Acaso esa página ya no se imprime en las nuevas versiones de la Biblia?
Oramos por grandes promesas. Intercedemos con lágrimas, gritos, shofares. Pero olvidamos algo fundamental: las grandes promesas no se cumplen solas. Dios prometió a Josué la tierra, pero le ordenó ser fuerte y valiente. Las promesas divinas requieren manos dispuestas, pies decididos, corazones comprometidos.
Y entonces, ¿cuál es el llamado de Dios a la política? Sencillo: las causas. Causa pro-vida, causa pro-familia, causa pro-libertad. Causas que nacen de una cosmovisión bíblica, abandonadas por generaciones de cristianos que se arrodillaron… pero no ante el Señor. Ante el sistema. Literalmente le entregamos al enemigo la política como ofrenda.
Pero nuestra participación no puede ser igual a la de los demás. Debe estar marcada por decisiones de conciencia y no de conveniencia. Y eso, en la dinámica y estratégica selva política, es un desafío mayúsculo. Porque la política puede ser pasional, pero nunca deja de tener un componente racional.
Ante un país en llamas, tenemos una responsabilidad sagrada: “Procurad la paz de la ciudad donde os he hecho ir, y rogad por ella al Señor; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jeremías 29:7). No podemos seguir siendo espectadores. Debemos ser constructores. Debemos asumir la tarea de forjar el destino de nuestra tierra.
Es momento de hacer duelo por los errores cometidos —intencionales o no— por aquellos que decían representarnos. Es momento de “aprender a movernos en la realidad sin soltar el ideal”. Queremos un país próspero, y en el camino nos vamos a equivocar. Pero seguiremos adelante.
Movimientos como M180, que evocan aquellas épocas gloriosas de Juventudes Políticas Cristianas, traen esperanza. Organización, convicciones y determinación son las tres palabras que definen lo que debe ser la política cristiana en Colombia. Ya se ven destellos en procesos como el de los Castellanos, que, aunque moviéndose entre partidos, han dado frutos respetables. O en la labor callada de tantos cristianos que desde pequeñas curules marcan diferencia.
Y ahora llegamos al núcleo de esta columna: ¿La política de la esperanza o la esperanza en la política?
La esperanza en la política es confiar ciegamente en que el cambio vendrá del escenario político. Pero eso no solo es ingenuo, es peligroso. Lastima el corazón. Recuerdo aquellas épocas donde creíamos que los cristianos gobernarían el país. Donde cada pastor soñaba con la presidencia. Hoy, con madurez y sobriedad, entiendo que la política de la esperanza es el único camino a la victoria. Una política entendida como estilo de vida. Como forma de resistir, avanzar y construir, sin importar lo que venga.
Es esperanza en los principios que el Gran Libro nos da para gobernar. Es esperanza en los llamados que Dios ha puesto en la esfera gubernamental. Es esperanza en el trabajo duro, en la bendición del Señor, y sobre todo, en Maranatha: ¡Cristo viene! Y lo recibiremos trabajando.
A los jóvenes cristianos escépticos de nuestra participación en política, les digo: vamos por un tintico, pelaos. La apuesta nos está siendo entregada día a día. No pienso formar parte de una generación de fracaso. Soy parte de la generación de Josué. Convicción, determinación y organización para la conquista. No esperaremos a que las cosas pasen. No nos quedaremos cómodos en la crítica. Pasaremos a la construcción. A lo difícil. A hacer patria en cada esfuerzo, en cada decisión, en cada voto.
Vivamos la política de la esperanza. Asumamos la responsabilidad. Y recordemos siempre: los llamados de Dios no vienen con garantía de éxito humano. Vienen con la promesa de fidelidad divina. Tomo una vez mas la pluma desde la trinchera, desde la resistencia, desde la verdad. Escrito para los que inician su camino en la política cristiana y para los que pronto en fe nos acompañaran.
Juan Sebastián Cortes, licenciado en educación y ciencias religiosas con estudios en Ciencia Política y cosmovisión. Actualmente se desempeña como Maestro de Educación religiosa y ética valores en Bogotá Colombia, liderando una transformación educativa desde la apologética y la batalla cultural. Activista en defensa de la vida, la familia y la libertad. Escritor de verdad en tiempos de relativismo.