Colombia Justa Libres, un león sin alma

Leon cabizbajo
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En diciembre de 2017, nació Colombia Justa Libres (CJL) como un grito de esperanza para millones de cristianos que, alarmados por los Acuerdos de Paz y la ideología de género, vieron en la política una última trinchera para defender la familia, la vida y los valores bíblicos. No era solo un partido: era una promesa. Una promesa de coherencia, de unidad, de fidelidad a una cosmovisión que no se negociaba en los pasillos del Congreso.

La base evangélica creyó. Movilizó votos, oró, sacrificó. Y en 2018, CJL obtuvo cuatro curules en el congreso; John Milton Rodríguez, Eduardo Pacheco, Edgar Palacios Mizrahi – quien luego haría las veces de Judas Iscariote. Fue el momento álgido: parecía que el pueblo de fe por fin tenía una voz institucional con principios.

Sí, hubo logros importantes y gestiones bien realizadas, había esperanza y vocación de poder; Colombia tembló con el rugido del león. Pero lo que vino después no fue un testimonio de integridad, sino una caída libre en la más ridícula de las divisiones internas, tan absurda que no amerita profundizar en ella. ¿Dónde quedó la humildad? ¿Dónde la oración en comunidad? ¿Dónde la obediencia al Espíritu que une, no que divide?

Confieso que tuve dudas sobre si publicar esta columna. Fui militante de CJL y creí profundamente en ese proceso. También me detuvo el temor de “dividir”, de herir a quienes aún luchan desde dentro. Pero decidí escribirla porque la nueva generación necesita una voz crítica y constructiva para asumir con madurez su llamado a lo político. La mía no es una postura de crítica para el escándalo ni para el protagonismo, sino un acto de fidelidad: asumir postura frente a quienes, habiendo recibido un mandato profético, abandonaron el camino. Si no nombramos los errores, los repetiremos.

Colombia tembló con el rugido del león. Pero lo que vino después no fue un testimonio de integridad, sino una caída libre en la más ridícula de las divisiones internas

Desde la ética cristiana, esta fractura no fue solo un error político: fue un pecado colectivo. Porque cuando los siervos de Dios se pelean por el control del altar, el mundo deja de creer en el mensaje. Y así fue: el electorado evangélico, que en 2018 entregó su confianza con generosidad, en 2022 miró con decepción. CJL solo logró una curul. El pueblo cristiano no le dio la espalda por capricho, sino porque vio que su “proyecto de reino” se había convertido en un proyecto de reyes.

Hoy, CJL sobrevive como un fantasma político: sin rumbo claro, sin mensaje distintivo, aferrado a alianzas tácticas que lo diluyen más de lo que lo fortalecen. La más reciente —y más preocupante— es su integración en la coalición ALMA (Alianza por la Libertad, la Moral y la Acción). Pero ¿qué moral defiende ALMA? ¿Qué libertad? ¿Qué acción? La coalición se presenta como “centrista”, pero en su seno conviven exmiembros del Pacto Histórico (izquierda radical) y, ahora, CJL. ¿Cómo puede un partido que se define por la defensa de la vida y la familia tradicional compartir plataforma con actores que históricamente han promovido agendas contrarias a esos mismos principios?

El reto para el pueblo cristiano ya no es crear partidos apresurados, sino emprender una pedagogía política profunda.

La respuesta es simple: por desesperación. CJL ya no representa una visión; representa una personería jurídica que busca sobrevivir. Y en ese afán, ha perdido su alma. La Iglesia, en su sabiduría colectiva, lo ha notado. Ya no cree en CJL. Ya no los ve como sus voceros, sino como actores políticos más, con intereses propios, desconectados de la misión profética que el momento histórico exigía.

Y es una lástima. Porque figuras como Ricardo Arias Macías tienen el potencial, la formación y la integridad para participar de un proyecto político auténticamente cristiano. Pero están atrapados en una estructura que prioriza la supervivencia sobre la fidelidad.

La lección es clara: cuando desobedecemos a Dios en la política —cuando ponemos el poder por encima del propósito—, perdemos la unción y la oportunidad histórica. Saúl perdió el favor del Señor. CJL tuvo en sus manos la posibilidad de ser un faro en medio de la batalla cultural. En vez de eso, se convirtió en un bote a la deriva, buscando puerto en cualquier coalición que le dé oxígeno electoral.

El reto para el pueblo cristiano ya no es crear partidos apresurados, sino emprender una pedagogía política profunda. Debemos formar a las nuevas generaciones no solo en la Cosmovisión Bíblica, sino también en la visión de transformación cultural. Enseñarles que la política no es solo campo de batalla, sino también un campo misionero. Que el cambio verdadero no comienza con una curul, sino con una cosmovisión arraigada en Cristo. Que la influencia no se gana con alianzas ambiguas, sino con coherencia inquebrantable.

Porque si seguimos confundiendo el éxito electoral con la fidelidad al Reino, seguiremos produciendo más CJLs: partidos que nacen con fuego y mueren en cenizas de ambición. Colombia Justa Libres es ahora un león sin alma.

La Iglesia no necesita más políticos que digan “Amén” en los altares. Necesita líderes que vivan el “Hágase Tu voluntad” en cada decisión, incluso cuando eso signifique perder una elección… para ganar la eternidad.

Y si algún día volvemos a tener una voz en el Congreso, que no sea porque nos unimos a cualquiera, sino porque fuimos tan fieles, tan claros y tan transformadores, que el país no tuvo más remedio que escucharnos.

Esa es la política que honra a Dios.

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