Yo no quiero la muerte de nadie: el amor que no calla la verdad

Niña con una cruz
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Vivimos en una época donde se confunde la compasión con la indiferencia espiritual. Se ha hecho común escuchar frases como: “Lo importante es ser buena persona” o “cada quien tiene su verdad”. Sin embargo, el Evangelio no es un mensaje relativo ni opcional: es una proclamación de vida eterna a través de Jesucristo.

El amor verdadero no se muestra callando, sino compartiendo la verdad que salva. Por eso, al leer esta reflexión, la hice mía. Hoy la comparto para que otros también puedan hacerla suya.

“Yo no quiero la muerte de nadie: ni de judíos, ni de musulmanes, ni de ateos, ni de nadie que piensa y cree distinto a mí. Yo quiero su vida. Yo quiero su salvación. Yo quiero que crean en Jesucristo, el Hijo de Dios, por quién tenemos salvación. Lo peor que puedes hacerle a un blasfemo incrédulo, es decirle: ‘No te preocupes, solo sé una buena persona, y todo estará bien; tú cree lo que tú crees, y yo creeré en Cristo’. Esto es condenarlo. Esto es rehusarle el único remedio a un moribundo. Esto es amarse más a uno mismo a expensas del prójimo, pues por querer ganarte la aprobación de él, no le compartes la única buena noticia que lo puede salvar. ¿Quién es el que realmente ama al judío, musulmán, pagano y a todo incrédulo? Aquel que le dice: ‘Sin Cristo, estás condenado; pero si te arrepientes y te bautizas en Su Nombre, serás salvo y tendrás vida eterna’.

Santiago 5:19: ‘Sepa que el que hace volver a un pecador del error de su camino salvará su alma de muerte, y cubrirá multitud de pecados’.

1 Corintios 1:22-24: ‘Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a un Mesías crucificado, ofensa para los judíos, y tontería para los gentiles; más para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios’.

Este es el Evangelio que predicamos.

Estas palabras condensan una verdad urgente: el silencio del creyente puede ser tan dañino como el rechazo del incrédulo. No advertir sobre la perdición eterna no es empatía, es omisión. Quien ama de verdad, confronta con ternura y comparte con compasión.

El mundo moderno exalta la tolerancia, pero olvida que el amor sin verdad deja de ser amor. Jesús no murió para que todos “sigan sus propias creencias”, sino para que todos encuentren vida en Él.

Porque no me avergüenzo del Evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. (Romanos 1:16)

Hoy más que nunca, la Iglesia necesita recuperar su voz profética. No estamos llamados a ganar discusiones, sino almas. No a agradar al mundo, sino a anunciar a Cristo crucificado. Hablar del pecado no es intolerancia; callar la salvación sí es crueldad. El verdadero creyente no teme ser criticado por decir la verdad, porque sabe que el Evangelio no busca aprobación humana, sino transformación eterna.

Predicar a Cristo no es imponer una religión, es extender una mano al que se ahoga. Por eso, con convicción y amor, repetimos estas palabras con todo el corazón:

Yo no quiero la muerte de nadie.

Yo quiero su vida.

Yo quiero su salvación.

Y por eso predico a Cristo.

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