Una creciente realidad eclesial: la fatiga del culto digital

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Cuando llegó la pandemia, las iglesias de todo el mundo no tuvieron más opción que adoptar el culto en línea. Los santuarios estaban vacíos, pero las transmisiones en vivo y las llamadas de Zoom ofrecieron a las congregaciones una forma de mantenerse conectadas.

Durante un tiempo, la transición pareció casi milagrosa. Iglesias que nunca habían considerado el ministerio en línea de repente se encontraron alcanzando a personas mucho más allá de sus muros habituales.

Algunos pastores incluso reportaron cifras récord. Las visualizaciones se contaban por cientos o miles. Los sermones se transmitían a otros estados e incluso a otros países. El entusiasmo era palpable. Muchos se preguntaban si esta era la nueva normalidad para la Iglesia.

Pero cuatro años después, el entusiasmo ha disminuido. El culto en línea sigue siendo una herramienta, pero ya no tiene el mismo impulso. La asistencia ha bajado, la participación es débil y muchos creyentes simplemente están cansados de la iglesia digital. Lo que comenzó como un salvavidas se ha convertido en muchos casos en una carga. Esta creciente realidad tiene un nombre: fatiga del culto digital.

La popularidad del culto en línea está disminuyendo

Cuando la pandemia obligó a las iglesias a cerrar sus puertas, el culto en línea se convirtió en la única opción. De la noche a la mañana, los pastores se apresuraron a instalar cámaras, transmitir servicios y aprender a usar nuevas plataformas. Por un tiempo, funcionó. De hecho, muchas iglesias informaron que su asistencia digital superaba sus cifras presenciales. El pensamiento era simple: este es el futuro.

Pero los datos ahora cuentan una historia diferente. Las encuestas de Barna confirman que la mayoría de los cristianos ahora dicen que prefieren el culto presencial y ven la iglesia en línea, en el mejor de los casos, como una opción secundaria.

El efecto novedad se ha desvanecido. Lo que parecía innovador en 2020 se siente insustancial en 2025. Los pastores que una vez celebraron miles de visualizaciones ahora admiten en voz baja que solo queda una fracción. La cultura de consumo de la iglesia digital —fácil de empezar, fácil de dejar— ha demostrado ser insostenible.

La verdad es clara: el aumento de la participación en línea no fue una revolución. Fue una estrategia de supervivencia. Y ahora, la gente está cansada de los sustitutos digitales. Lo que más desean es volver a congregarse.

Las pantallas no pueden reemplazar los espacios sagrados

El culto en línea tiene su lugar, pero una pantalla nunca podrá replicar un santuario.

Una transmisión en vivo entrega contenido: un sermón, una canción, una oración. Pero el culto nunca fue diseñado para ser solo una transferencia de información. La adoración es encarnada. Es el sonido de las voces que se unen, la atmósfera de oración y el acto físico de congregarse.

Una pantalla elimina gran parte de eso. Puedes ver la música, pero no puedes sentir las vibraciones de las voces llenando el lugar. Puedes escuchar el sermón, pero no percibes el peso colectivo de las personas profundizando juntas en la Palabra de Dios.

La comunidad también se ve afectada. El culto presencial permite conversaciones espontáneas, abrazos en el pasillo y un contacto visual que le asegura a alguien que no está solo. Los servicios en línea no pueden reproducir esos momentos sagrados.

Incluso el acto físico de hacerse presente es importante. Entrar en el edificio de una iglesia es una declaración: “Soy parte de este cuerpo. Estoy aquí para encontrarme con Dios y Su pueblo”. Estar sentado en casa en pijama no tiene el mismo significado.

Durante una temporada, el culto digital fue necesario. Pero con el tiempo, la ausencia del espacio sagrado dejó a muchos creyentes espiritualmente empobrecidos. Resulta que las pantallas son un sustituto deficiente para los santuarios.

El autor de Hebreos lo expresó perfectamente: “No dejemos de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino animémonos unos a otros” (Hebreos 10:25). Las pantallas son útiles. Los espacios sagrados son esenciales.

El dilema de la distracción

Uno de los grandes desafíos del culto digital es simple: la distracción.

En un santuario, la mayoría de las distracciones son limitadas. Un teléfono puede vibrar. Un niño puede inquietarse. Pero el entorno mismo está diseñado para centrar la atención en Dios.

En casa, las distracciones están por todas partes. Suena el timbre. El perro ladra. Suena el aviso de la lavadora. Aparece un mensaje de texto durante el sermón. El culto compite con una docena de otras voces.

Incluso la propia pantalla invita a la atención dividida. Una transmisión en vivo es solo una pestaña más del navegador entre muchas otras. La tentación de revisar el correo electrónico, las redes sociales o las noticias es constante. El espectador promedio en línea rara vez presta una atención plena e ininterrumpida durante más de unos pocos minutos.

Los niños en el hogar añaden otro nivel de complejidad. Los padres que intentan ver el servicio a menudo hacen malabares con el desayuno, el tiempo de juego o las peleas. Lo que podría ser una experiencia tranquila en la banca de la iglesia se convierte en un caos en el sofá.

¿El resultado? El culto se convierte en ruido de fondo en lugar de un encuentro sagrado. En vez de sumergirse en la Escritura, la oración y el canto, las personas se conectan y desconectan mentalmente. Algunos “asisten” a un servicio completo sin participar verdaderamente en un solo momento.

Los pastores conocen esta lucha. Muchos han recibido mensajes como: “Me encantó la parte sobre el perdón”, solo para darse cuenta de que la persona se conectó por cinco minutos y se perdió el resto. Las cifras en línea pueden parecer sólidas, pero la profundidad de la participación es débil.

La distracción no es un problema menor: socava el propósito mismo del culto. Sin concentración, el corazón rara vez es transformado.

La conveniencia genera complacencia

El culto en línea es innegablemente conveniente. Con unos pocos clics, puedes unirte a un servicio desde tu sala, tu auto o incluso una silla de playa. Para quienes están enfermos, de viaje o confinados en casa, esta accesibilidad es una bendición.

Pero la conveniencia tiene un costo. Lo que comienza como una solución a corto plazo puede convertirse en un sustituto a largo plazo. Miembros sanos a menudo empiezan a optar por el camino más fácil: ver el servicio en línea en lugar de congregarse en persona.

Cuando el culto se reduce a la conveniencia, el compromiso se debilita. La iglesia se vuelve opcional, algo que se acomoda entre los mandados, los deportes o los planes de fin de semana. Pasa de ser un ritmo central de la vida a una actividad secundaria cuando el tiempo lo permite.

Este declive afecta más que la asistencia. Las ofrendas disminuyen. El voluntariado desciende. Menos personas asumen roles de liderazgo. Quienes participan en el culto en línea rara vez sirven en comités, enseñan clases o saludan en la puerta. Su participación es pasiva en lugar de activa.

Con el tiempo, la conveniencia genera complacencia. Un clic casual reemplaza la disciplina de hacerse presente. Un sermón en pantalla reemplaza la comunión con otros. La iglesia pasa de ser una comunidad de pertenencia a un producto de consumo.

La conveniencia no siempre es el enemigo. Pero cuando se convierte en la norma, erosiona el corazón mismo del compromiso. La opción fácil finalmente le cuesta caro a la iglesia.

El culto digital debe complementar, no reemplazar

La iglesia digital no va a desaparecer. Todavía tiene un papel que desempeñar en el ministerio. La clave es aprender a usarla sabiamente.

Los servicios en línea brindan acceso a personas que no pueden asistir en persona: los confinados en casa, los enfermos crónicos o los que están de viaje. Para los buscadores que dudan en entrar a un edificio, una transmisión en vivo puede ser un primer paso amable hacia la fe. Para los miembros que se mudan, el culto digital puede ayudarles a mantenerse conectados durante la transición.

El peligro surge cuando las iglesias ven el culto digital como un reemplazo permanente. Ninguna pantalla puede sostener la salud espiritual a largo plazo de un creyente. El cristianismo está diseñado para ser vivido en comunidad, no en aislamiento.

El mejor enfoque es una estrategia que incluya ambas cosas. Usar las herramientas digitales como un complemento, no como un sustituto. Animar a los miembros a aprovechar los servicios en línea cuando sea necesario, pero llamarlos constantemente de vuelta a la comunidad presencial.

Las plataformas digitales también pueden mejorar el ministerio más allá del domingo por la mañana. Pueden distribuir devocionales de entresemana, recursos para grupos pequeños y contenido de discipulado. En ese sentido, internet se convierte en una herramienta para la profundidad en lugar de solo para la conveniencia.

Pero la prioridad debe permanecer clara: la iglesia congregada es esencial. El ministerio digital extiende el alcance de la Iglesia, pero no puede reemplazar el núcleo de la Iglesia.

El objetivo nunca debe ser construir una congregación exclusivamente digital. El objetivo es aprovechar cada herramienta disponible para reunir a las personas en persona, donde la adoración es más rica y el discipulado es más fuerte.

Las pantallas son siervos útiles. Pero el santuario sigue siendo el hogar.

La fatiga es real

La fatiga del culto digital es real. La disminución de la participación en línea no es una señal de fracaso, sino un recordatorio de cómo Dios diseñó a Su pueblo. El culto no es solo contenido; es comunidad. No solo se oye; se siente.

La Iglesia no debe abandonar las herramientas digitales, pero debe colocarlas en su lugar apropiado: útiles, pero nunca definitivas. El llamado mayor es traer a la gente de vuelta a la casa de Dios, donde la presencia importa más que los píxeles.

El salmista declaró: “Yo me alegré cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’” (Salmo 122:1). Esa alegría no puede transmitirse en vivo. Debe ser vivida.

Publicado originalmente en Church Answers.


El autor de este artículo: Thom S. Rainer es el fundador y director ejecutivo de Church Answers, una comunidad y recurso en línea para líderes eclesiásticos. Antes de fundar Church Answers, Rainer fue presidente y director ejecutivo de LifeWay Christian Resources. Antes de llegar a LifeWay, trabajó durante doce años en el Seminario Teológico Bautista del Sur, donde fue decano fundador de la Escuela Billy Graham de Misiones y Evangelismo. Se graduó en 1977 en la Universidad de Alabama y obtuvo su maestría en Teología y su doctorado en el Seminario Teológico Bautista del Sur.

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