
El 9 de octubre de 2020, mi esposa Hope empezó a gritar. Pensé que había encontrado una serpiente en casa.
Resultó que estaba embarazada.
Llevábamos 10 años casados, ocho de ellos luchando contra la infertilidad y los médicos nos habían dicho que no podríamos concebir sin fecundación in vitro. Apenas una semana antes habíamos traído a casa al segundo de nuestros dos maravillosos hijos adoptivos. De hecho, yo le estaba dando de comer cuando ella me enseñó el resultado positivo de la prueba de embarazo.
Habíamos anhelado y esperado tanto ese resultado positivo que sentíamos que nunca lo veríamos. Comenzamos nuestra vida de casados con el deseo de formar una familia numerosa, solo para quedar devastados al darnos cuenta de que tal vez nunca podríamos concebir.
Pero gracias a Dios, pudimos superar esa devastación y alcanzar una mayor devoción. Fuimos bendecidos con dos hermosos hijos adoptivos. Mi esposa, Hope, también tuvo la oportunidad de volver a estudiar y luego atender a pacientes pediátricos con cáncer durante más de cinco años. Sabíamos mejor que nunca cuánto nos ama Dios y lo bueno que Él es.
Por eso, mi experiencia de la Cuaresma nunca será la misma. Dios fue fiel y estuvo cerca de nosotros durante todos esos largos y difíciles años, y estuvo fiel y cerca de nosotros en los momentos de alegría y en el don de la vida.
Nuestro anhelo de tener un hijo no se convirtió en desesperación, por mucho que esperáramos o nos esforzáramos, porque sentíamos Su presencia cada día. Nuestra esperanza en Él habría sido justificada, incluso si nunca hubiéramos concebido un hijo biológico.
Así es como se ve la esperanza. No suele parecer felicidad. Rara vez parece racional. De hecho, la mayoría de las veces, la esperanza es necesaria porque se sufre, y se sufre por algo que no tiene sentido ni parece solucionable.
Pero la promesa de la Pascua es una de las promesas centrales de la fe cristiana: Dios está con nosotros. Dios ha resucitado. Dios ha vencido la muerte, el pecado y el sufrimiento. Nos ha rescatado porque nos ama.
Dios es nuestra última y mayor esperanza. Y cada día que esperamos el cumplimiento de sus promesas, tenemos la oportunidad de elegir esperar en Él. Pero anhelarlo y esperarlo es difícil, en parte porque no podemos saber qué planes tiene para nosotros, ni cuándo, o si, nuestro sufrimiento actual terminará.
“Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son comparables con la gloria que se nos ha de revelar”, leemos en Romanos. “Porque la creación anhela ardientemente la manifestación de los hijos de Dios… Porque sabemos que toda la creación gime a una con dolores de parto hasta ahora. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando con ansia la adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo”.
Durante este tiempo de Cuaresma, al igual que en nuestras propias luchas personales e incluso en nuestras vidas como cristianos que transitan por un mundo quebrantado, esperamos con anhelo ardiente.
Sufrimos, pero esperamos y tenemos esperanza. Sabemos que se nos ha prometido participar en la restauración de Dios y, un día, experimentar la nuestra. Sabemos que Dios está con nosotros, siempre. Y es “en esta esperanza que somos salvos”.
Esta esperanza trasciende los límites de nuestra propia vida. Aun cuando Dios no nos restaure, recompense ni alivie en esta vida, podemos descansar en nuestra esperanza suprema mientras aguardamos y anhelamos la reconciliación y restauración total y eterna con Él en el Cielo.
Después de todo, "si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?"
Artículo de opinión escrito por Stephen Moore, publicado originalmente en The Christian Post.