Liderazgo juvenil: más allá de la edad, la madurez del carácter

Liderazgo juvenil
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En los últimos años, hemos asistido a una creciente —y en muchos casos justa— valoración del liderazgo juvenil. La juventud representa energía, innovación, idealismo y una mirada fresca sobre los desafíos contemporáneos. Sin embargo, en medio de este impulso legítimo, se ha instalado una peligrosa romantización: la idea de que ser joven ya es, en sí mismo, un mérito para liderar. Y eso, es un error que puede costarnos caro.

Ser un buen líder no se mide por la edad, sino por el carácter, la integridad, la sabiduría y la capacidad de servir. Un mal líder, aunque tenga 20 años, puede ser tan dañino —o más— que uno de 60. La juventud no es sinónimo automático de virtud, ni la edad avanzada, de obsolescencia. Lo que define a un buen líder es su fidelidad a los principios, su humildad, su disposición al diálogo, su responsabilidad y su amor por el prójimo.

Lamentablemente, en muchos espacios juveniles hemos visto posturas arrogantes, discursos polarizantes, actitudes destructivas y una sed de protagonismo que poco tiene que ver con el servicio. Hace apenas unas semanas, en un debate juvenil al que asistí, fui testigo de cómo algunos jóvenes, en lugar de construir puentes, optaron por descalificar, interrumpir y promover agendas personales disfrazadas de “cambio”. Ellos creían que sus gritos contra una ejemplar funcionaria pública, proyectaban la fuerza de su liderazgo frente a la “injusticia”, pero no era liderazgo; era teatro del ego. Y es triste ver cómo, en nombre de la juventud, se normalizan conductas que deberían avergonzarnos.

La juventud representa energía, innovación, idealismo y una mirada fresca sobre los desafíos contemporáneos.

Esto no significa que todos los jóvenes sean así. ¡Gracias a Dios que no! Existen jóvenes ejemplares: aquellos que escuchan antes de hablar, que estudian antes de opinar, que sirven antes de exigir reconocimiento. Pero su valor no radica en su edad, sino en su madurez. Y es precisamente esa madurez la que debemos cultivar, no solo celebrar la juventud como si fuera un fin en sí mismo. Ahora acudo a otra anécdota pero en este caso positiva.

Hace unos meses me encontraba en una reunión del movimiento 180 liderado por la pastora y concejal Clara Sandoval en el concejo de Bogotá, allí ella presentó a un joven candidato al consejo de juventud de Puente Aranda, su nombre si mal no recuerdo era Juan Pablo. El decía que Dios había sanado su corazón y que ahora quería trabajar por la inclusión de las personas con discapacidad. Atisbos de valentía en un mundo de cobardía.

El apóstol Pablo, en su primera carta a Timoteo, le escribe: “Nadie tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12). Nótese que Pablo no dice “sé líder porque eres joven”, sino “sé ejemplo a pesar de tu juventud”. Timoteo no fue elegido por su edad, sino por su testimonio, su formación y su fidelidad.

Existen jóvenes ejemplares: aquellos que escuchan antes de hablar, que estudian antes de opinar, que sirven antes de exigir reconocimiento.

En este momento, a dos semanas de las elecciones de los consejos de juventud en Colombia, es urgente hacer una pausa reflexiva. No basta con votar por alguien solo porque tiene menos de 28 años. Debemos preguntarnos: ¿este joven demuestra integridad? ¿Escucha a los demás? ¿Tiene propuestas basadas en el bien común o en su ambición personal? ¿Ha demostrado responsabilidad en lo pequeño?

Y más allá de estas elecciones, debemos comenzar ya a formar a los futuros líderes que participarán en cuatro años. No se trata de improvisar figuras mediáticas, sino de cultivar corazones serviciales, mentes críticas y espíritus humildes. El liderazgo cristiano no se construye en redes sociales ni en eslóganes vacíos, sino en la oración, el estudio, el servicio silencioso y la fidelidad cotidiana.

Apoyemos a los jóvenes que merecen ser apoyados. Pero exijamos —con amor y esperanza— que su liderazgo esté cimentado en algo más profundo que su fecha de nacimiento. Porque la Iglesia, la sociedad y el Reino de Dios necesitan líderes, no solo jóvenes, sino buenos pastores.

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