
La pantalla de HBO Max se convirtió en un espejo incómodo para la Iglesia católica con el estreno de la docuserie "Marcial Maciel: El Lobo de Dios". En cuatro episodios, la producción desnuda la vida de uno de los personajes más controvertidos del catolicismo en México: Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Su historia combina carisma, poder y riqueza, pero también abusos sexuales, manipulación y un entramado de encubrimiento que marcó a generaciones.
Un “santo” con pies de barro
Maciel fundó la congregación de los Legionarios en 1941. En poco tiempo, gracias a un estilo autoritario y una gran capacidad de seducción social, atrajo vocaciones, millones en donaciones y el respaldo de la jerarquía vaticana. Fue recibido con honores por Juan Pablo II y presentado como un modelo de sacerdote moderno.
Pero detrás de esa imagen de “constructor del Reino” se escondía un depredador. Testimonios de exseminaristas, recogidos en la docuserie, confirman lo que desde los años 90 algunos periodistas y víctimas denunciaban: Maciel abusó de niños y adolescentes bajo su autoridad espiritual. Además, llevó una doble vida: tuvo hijos en secreto, fue adicto a las drogas y amasó fortunas personales gracias a su red de benefactores.
Según la investigación del periodista Jason Berry —uno de los primeros en denunciarlo—, Maciel llegó a construir un emporio financiero que en algunos años recaudó más fondos que el mismo Vaticano. La serie también documenta cómo, dentro de la congregación, al menos treinta sacerdotes más repitieron patrones de abuso, protegidos por la misma estructura.
Encubrimiento desde lo alto
La gran pregunta que surge tras ver la docuserie es: ¿cómo pudo operar con tanta impunidad? La respuesta es incómoda para el Vaticano, dado que fue informado de los abusos en varias ocasiones, pero durante décadas optó por silenciar las denuncias. En 2006, ya bajo el papado de Benedicto XVI, Maciel fue finalmente sancionado y se le ordenó retirarse a una vida de penitencia. Murió en 2008, sin enfrentar un juicio civil ni eclesiástico.
La serie apunta directamente al rol de Juan Pablo II, quien hasta el final elogió al fundador de los Legionarios. El periodista Emiliano Ruiz Parra lo resume en cámara: “Maciel era el criminal más grande de la Iglesia, y al mismo tiempo, su mayor recaudador de fondos”.
Reacciones encontradas
El estreno en México desató un vendaval de reacciones. Columnistas como Bernardo Barranco recordaron en La Jornada que los Legionarios han pedido perdón en comunicados, pero siguen sin rendir cuentas de manera seria. “La hipocresía de siempre. Las indemnizaciones que han dado son una burla”, escribió, al subrayar que la congregación funciona como una empresa religiosa enfocada en atraer recursos de élites, mientras utiliza a los pobres como fachada.
El 28 de agosto, los Legionarios difundieron un mensaje oficial en el que reconocieron el dolor causado y aseguraron que están en “proceso de renovación”. Sin embargo, el documental deja en evidencia que esa renovación es más una estrategia de imagen que un verdadero acto de reparación.
El caso Maciel es un ejemplo devastador de cómo la religión, cuando se usa como instrumento de poder, puede convertirse en un arma de destrucción espiritual y humana. Jesús mismo advirtió que habría “lobos vestidos de ovejas”. La docuserie, de alguna manera, materializa esa advertencia.
El Evangelio enseña que el liderazgo cristiano debe ser humilde, transparente y rendir cuentas. En cambio, Maciel encarnó lo contrario: una espiritualidad manipulada para el control y el lucro. El dolor de las víctimas nos recuerda que la verdadera Iglesia de Cristo no puede callar frente al pecado, menos aún cuando se trata de abusos contra los más vulnerables.
Una oportunidad de reflexión
“Marcial Maciel: El Lobo de Dios” no es un simple documental de denuncia; es un espejo que nos obliga a reflexionar sobre los peligros del clericalismo, el encubrimiento y la idolatría institucional. Para los cristianos evangélicos, se trata también de un llamado a examinar nuestras propias comunidades, para evitar repetir los mismos errores: falta de transparencia, ocultamiento de pecados y estructuras que protegen al poderoso en lugar de a la oveja herida.
Al final, la docuserie deja claro que la justicia terrenal fue esquiva, pero la verdad salió a la luz. Y en clave bíblica, esa verdad es un recordatorio de que “todo lo oculto será revelado”.