
El 7 de octubre de 2023 marcó un capítulo trágico en la historia contemporánea del pueblo de Israel. El grupo terrorista Hamás lanzó un ataque devastador contra la población civil, causando la muerte de cientos de personas, dejando miles de heridos y secuestrando a decenas, entre ellos niños, mujeres y ancianos. Fue una masacre sin precedentes que sacudió al mundo entero.
Sin embargo, lo que debió generar una reacción unánime de apoyo y compasión, se convirtió —en muchos sectores— en una avalancha de señalamientos y acusaciones contra la propia nación agredida. Lo más alarmante fue observar cómo, dentro del pueblo cristiano, muchas voces eligieron callar, y otras incluso argumentaron narrativas distorsionadas que buscan justificar el terrorismo.
Frente a esta realidad, surge una pregunta inquietante: ¿Ha dejado el cristiano de amar a Israel?
El enfriamiento espiritual y la desconexión con Israel
En las últimas décadas, hemos sido testigos de un progresivo enfriamiento espiritual en muchas iglesias. Bajo banderas como la “inclusión”, el “progreso” o la aparente neutralidad de “no involucrarse en temas políticos”, se han ido relegando verdades esenciales de las Escrituras. Entre ellas, el lugar central que ocupa Israel en el plan redentor de Dios para la humanidad.
Hoy, en numerosas congregaciones, ya no se predica sobre los pactos eternos que Dios hizo con Abraham, Isaac y Jacob. Tampoco se enseña sobre el cumplimiento profético del retorno del pueblo judío a su tierra, ni sobre el papel que Israel desempeña en la historia de la redención. En cambio, ha tomado protagonismo una narrativa desconectada de la Biblia, influenciada por medios de comunicación con agendas ideológicas, movimientos activistas y una visión parcial y tergiversada del conflicto en Medio Oriente.
Esta desconexión no es menor; es profundamente peligrosa. El apóstol Pablo advirtió a la iglesia en Roma: “No te ensoberbezcas, sino teme” (Romanos 11:20), recordando que los creyentes gentiles fuimos injertados en el olivo, y que no debemos despreciar la raíz que nos sostiene. Israel no ha sido descartado ni reemplazado. Dios no ha terminado con su pueblo, y Sus pactos siguen en pie, firmes e inmutables.
Una narrativa manipulada
En la era de la información digital, muchos cristianos han dejado de nutrirse de la Palabra de Dios y han comenzado a formar sus opiniones a partir de redes sociales, titulares cargados de ideología y medios que presentan versiones parcializadas de la realidad. Vivimos tiempos en los que el juicio moral se construye con base en eslóganes virales, no en la verdad bíblica. Como resultado, la narrativa dominante presenta a Israel como el agresor, mientras victimiza a grupos que promueven abiertamente su destrucción.
Se ha difundido —sin contexto ni profundidad— la idea de que “los palestinos son los oprimidos”, omitiendo el hecho de que muchos de sus líderes, en particular Hamás, han convertido a su propia población en rehenes del terror. Utilizan civiles como escudos humanos, desvían millones en ayuda internacional para fabricar armamento, y educan a las nuevas generaciones con discursos de odio contra el pueblo judío. Estas realidades son sistemáticamente ignoradas por los medios y activistas que moldean la opinión pública, incluso dentro de sectores cristianos.
Lo preocupante es que esta visión distorsionada ha penetrado en muchas iglesias, que por temor a la controversia o por desconocimiento del trasfondo bíblico e histórico, han optado por guardar silencio o repetir sin cuestionar lo que dicen las masas. En lugar de pararse del lado de la verdad, se ha caído en la trampa de una “neutralidad” que termina validando la injusticia.
Es urgente que el cuerpo de Cristo recupere el discernimiento espiritual y vuelva a mirar la historia a través del lente de la Palabra de Dios, no del discurso cambiante del mundo.
La importancia de Israel para la humanidad
Israel no es simplemente otro país más en el mapa. Es una tierra profundamente marcada por la historia, la fe y las promesas de Dios. Fue allí donde el Señor decidió revelar Su Nombre, donde caminaron los profetas, donde nació el Mesías y donde ocurrió el milagro de la resurrección. Jerusalén no es solo un lugar geográfico; es un corazón espiritual, una ciudad que sigue latiendo en el centro del plan de Dios para el mundo. Y según las Escrituras, será allí donde Cristo regresará como Rey de reyes.
Pero más allá de su significado bíblico, Israel representa hoy un testimonio de resiliencia y vida en medio del caos. En una región donde abundan los regímenes autoritarios, esta pequeña nación ha logrado sostener una democracia vibrante. Allí conviven judíos, árabes, cristianos y otras minorías con libertad religiosa, derechos civiles y acceso a la justicia. Es una sociedad imperfecta, como todas, pero que ha elegido construir, sanar y avanzar.
Israel ha sido pionera en áreas como la medicina, la agricultura y la tecnología, salvando vidas y aportando soluciones a nivel global. También ha enviado ayuda humanitaria a naciones en crisis —incluso a aquellas que no mantienen relaciones diplomáticas con ella— demostrando que su vocación no es la guerra, sino la vida.
Defender a Israel no significa negar el dolor del pueblo palestino. Claro que hay sufrimiento, y el corazón de Dios también se duele por cada víctima inocente, sin importar su origen. Pero es importante entender que muchos palestinos también han sido víctimas de sus propios líderes, quienes priorizan la destrucción sobre la vida, y el odio sobre la esperanza.
Por eso, la Iglesia necesita despertar, mirar con compasión y discernimiento. No se trata de elegir bandos políticos, sino de alinearse con la verdad y con el corazón de Dios. Hoy más que nunca, el pueblo de Israel necesita el abrazo, la oración y el respaldo de quienes conocen al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Un llamado lleno de amor al cuerpo de Cristo
Este es un tiempo para volver el corazón a lo que está en el corazón de Dios. No podemos permitir que la confusión, el temor o la indiferencia nos alejen de una verdad tan profunda: Dios ama a Israel, y como Iglesia, estamos llamados a compartir ese amor.
Israel no es solo un lugar lejano en el mapa ni un tema ajeno a nuestra fe. Es la tierra donde nuestro Señor vivió, enseñó, murió y resucitó. Es el pueblo con quien Dios estableció pactos eternos, y es allí donde Sus promesas siguen vivas. Cuando oramos por Israel, no lo hacemos desde una posición política, sino desde un lugar de obediencia, compasión y amor por el plan redentor de Dios.
Hoy más que nunca, el pueblo de Israel necesita nuestras oraciones, nuestro respaldo espiritual y nuestra voz. No para alimentar conflictos, sino para clamar por la paz. No para tomar partido en ideologías humanas, sino para alinearnos con el corazón de nuestro Padre. Como dice el Salmo 122:6: “Orad por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman.”
Amar a Israel no significa dejar de amar a otros pueblos, ni ignorar el sufrimiento humano. Al contrario, nos llama a tener una mirada compasiva, equilibrada y fundamentada en la verdad de las Escrituras. Es reconocer el valor de cada vida y pedir que la justicia y la misericordia de Dios prevalezcan en medio del dolor.
Este es un momento sagrado para volver a la Palabra, para escuchar la voz del Espíritu y para interceder por lo que Él ama. No podemos quedarnos en silencio. Que nuestra generación sea conocida como una Iglesia que oró, que amó y que estuvo al lado de Israel en tiempos de aflicción.
“Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré…” (Isaías 62:1).
Con ternura y convicción, levantemos nuestra voz. El Señor aún tiene planes gloriosos para Su pueblo.