Desde mi perspectiva como cristiano, más que como periodista, las guerras en Ucrania e Israel son mucho más que conflictos geopolíticos y militares. Se trata de batallas que trascienden lo terrenal y se entrelazan con lo espiritual. Permítame compartir algunas reflexiones sobre estos dos escenarios desde un punto de vista emocional y espiritual, desde mi propia subjetividad, por supuesto, pero con un abordaje realista y actual.
Ucrania: La Rebelión Religiosa Oculta
La invasión rusa en Ucrania ha dejado cicatrices profundas en el terreno y en los corazones de las personas. Pero hay una guerra menos visible, una rebelión religiosa que se está gestando en las sombras. Esta lucha no se libra con armas de fuego, sino con oraciones y desobediencia silenciosa.
La Iglesia Ortodoxa Rusa ha sido un pilar en la vida espiritual de muchos ucranianos durante siglos. Sin embargo, desde que comenzó la invasión rusa, algunos obispos y sacerdotes fieles a esta Iglesia han manifestado su rechazo hacia el patriarca de Moscú, Kirill. Incluso los creyentes han dejado de orar por él durante los servicios, un acto de desobediencia en el mundo ortodoxo.
¿Por qué esto es relevante? Porque la Iglesia ortodoxa rusa es un poderoso instrumento de influencia en Ucrania. La agresión rusa ha sacudido su poder, y la gente se ha alzado en contra de un líder religioso que no condenó las acciones bélicas. La fe se ha convertido nuevamente en un campo de batalla, y la desobediencia es un grito silencioso por la libertad espiritual.
Israel: La Tierra Santa en Llamas
En la Tierra Santa, donde convergen judíos, cristianos y musulmanes, la guerra no solo es territorial, sino también religiosa. Las tensiones y disputas se han arraigado durante décadas, y la narrativa es compleja.
Los ataques de Hamás contra Israel han dejado cicatrices en la historia y en los corazones. Iglesias, sinagogas, mezquitas y templos han sido testigos de la violencia. ¿Cómo podemos reconciliar la fe con la destrucción? ¿Cómo podemos orar por la paz cuando el fuego arde en las calles?
Como cristiano, encuentro esperanza en las palabras de Jesús: "Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". La paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia de amor, compasión y reconciliación. La Biblia nos llama a orar por la paz de Jerusalén (Salmos 122:6). Oremos además por la sanidad de las almas heridas y por la restauración de la Tierra Santa.
En medio de estas guerras, mi corazón se aferra a la esperanza de un mundo transformado por la gracia divina. Que la luz venza a las tinieblas y que la paz prevalezca sobre la violencia.