¿Qué tienen en común la expresidenta interina de Bolivia, Jeanine Áñez, el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump? Todos ellos han recibido el apoyo de sectores evangélicos para llegar o mantenerse en el poder. En los últimos años, las menciones a Dios y a pasajes bíblicos parecen haberse multiplicado en los discursos políticos, y el apoyo evangélico fue decisivo en el ascenso y caída de líderes tan diversos como Evo Morales (Bolivia), Andrés Manuel López Obrador (México) y Luis Lacalle Pou (Uruguay).
"Los evangélicos han logrado una importante presencia política en América Latina, pero no son un bloque homogéneo ni monolítico", afirma el sociólogo argentino Fortunato Mallimaci, que ha publicado varios libros y artículos sobre el tema.
Para entender esta creciente influencia de la religión en los países del continente, es necesario analizar algunos factores que explican cómo las iglesias evangélicas han logrado ganar tanto peso en la política latinoamericana:
La cohesión ideológica entre los evangélicos facilita las conexiones políticas. Los evangélicos latinoamericanos comparten una visión conservadora y tradicionalista en temas como la familia, la moral, la economía y la cultura. Esto les permite formar alianzas con otros grupos sociales o políticos que comparten sus valores o intereses.
Los ritos de las iglesias evangélicas son más "coherentes" con aspectos de la cultura latinoamericana. Los ritos evangélicos tienden a ser más simples y directos que los católicos, lo que facilita su adaptación a las realidades culturales y lingüísticas del continente. Además, muchos evangélicos se identifican con expresiones populares o folclóricas que reflejan su fe.
Según datos del Pew Research Center, el 34% de los adultos latinoamericanos se identifican como cristianos evangélicos o protestantes, lo que representa un aumento significativo respecto a décadas atrás. Además, este sector ha experimentado un crecimiento económico acelerado en algunos países como Brasil y México, lo que le ha permitido aumentar su poder adquisitivo y su capacidad electoral.
Muchos países del continente viven una situación de crisis política e institucional, marcada por la corrupción, la violencia, la pobreza y la desigualdad. Esto genera un clima de desconfianza hacia las élites tradicionales y las fuerzas políticas moderadas o progresistas. Por otro lado, también genera un clima de descontento hacia las élites radicales o autoritarias y las fuerzas políticas populistas o nacionalistas.
En muchos países latinoamericanos existe una clase social emergente de profesionales liberales educados en ciudades modernas e internacionales. Esta clase social tiende a tener una visión más abierta del mundo globalizado y de los valores occidentales. Sin embargo, también se sienten insatisfechos con el sistema político actual y buscan opciones más representativas e inclusivas.
Estos factores han contribuido a crear un escenario favorable para el surgimiento y consolidación de un poder político basado en el apoyo evangélico en América Latina.
"Hay una gran diversidad de denominaciones, doctrinas, prácticas y proyectos políticos en América Latina. Algunas son más moderadas y dialogantes, otras son más radicales y confrontativas. Unas buscan mayor participación ciudadana y justicia social; otras, mayor imposición moral y sometimiento religioso. Unos están aliados con los sectores populares y progresistas; otros lo están con los sectores conservadores y neoliberales. Lo que sí tienen en común es la firme convicción de que su fe debe influir en la vida pública y en la toma de decisiones políticas", afirma Mallimaci.
Sin embargo, esta influencia no es homogénea ni estática. Existen diferencias entre los distintos grupos evangélicos según su origen étnico o cultural; entre los distintos países según su historia o situación; entre los distintos líderes según su carisma o estrategia; entre los distintos votantes según sus preferencias o expectativas.
Además, esta influencia también se enfrenta a desafíos y resistencias tanto internas como externas. Por un lado, hay sectores dentro del propio movimiento evangélico que cuestionan su liderazgo moralista o dogmático; que reclaman una mayor diversidad teológica o cultural; que defienden una mayor participación democrática o ecuménica; que denuncian una mayor corrupción religiosa o política.
Por otro lado, existen sectores ajenos al movimiento evangélico que rechazan su intervención política; que critican su ideología conservadora o fundamentalista; que advierten sobre su impacto negativo en los derechos humanos o en la cultura.
El politólogo brasileño Marcelo Camurça, que ha coordinado varias investigaciones sobre el tema, afirma que "los evangélicos han aprovechado el vacío político e institucional surgido en muchos países latinoamericanos ante la crisis de los partidos tradicionales y la desconfianza de las élites. Han sabido movilizar a sus fieles y a sus redes sociales, ofreciendo una alternativa política basada en la defensa de la familia, la moral, la economía y la cultura. También han sabido adaptarse a los cambios sociales y culturales, incorporando elementos de modernidad y globalización. Sin embargo, también han generado resistencias y conflictos, tanto dentro como fuera de sus propias iglesias, debido a su visión excluyente y autoritaria de la política y la religión".
No cabe duda de que las iglesias evangélicas han logrado ganar mucho peso en la política latinoamericana. Este fenómeno no parece tener un final a la vista, sino que se proyecta como una tendencia a largo plazo, con consecuencias para el futuro del continente.