
Francisca Barros encontró en la Biblia a los 74 años de edad, no solo se convirtió en su refugio espiritual, sino también la herramienta con la que, según su testimonio, aprendió a leer. Su historia revela cómo la fe puede convertirse en motor de superación personal y en puente para transformar la vida de otros.
Nacida en la década de 1950, en plena selva amazónica, Francisca creció sin la posibilidad de asistir a la escuela. “No había escuela cerca y me tocaba cuidar a mis hermanos mientras mis padres trabajaban”, recordó. A los 13 años contrajo matrimonio y poco después se trasladó al estado de Acre, donde las responsabilidades familiares siguieron relegando cualquier oportunidad de estudio.
Su vida dio un giro en 1997, cuando decidió unirse a una iglesia. Desde entonces nació en ella un anhelo que no la dejaba tranquila: poder leer la Biblia por sí misma. “Yo quería conocer la biblioteca que hay dentro de este Libro”, confesó. Una noche, después de orar con fervor, abrió el texto sagrado y comenzó a identificar nombres de personajes bíblicos desde Génesis hasta Apocalipsis. Fue entonces cuando, según relata, ocurrió algo decisivo. “Cerré los ojos, oré y abrí la Biblia. Fui al libro de Job, capítulo 1. Allí leí por primera vez un pasaje completo. Desde entonces, puedo leer donde sea que abra la Biblia”, relató.
Lo que empezó como un deseo personal se transformó en una misión. Durante años visitó cárceles y llevó estudios bíblicos a personas privadas de libertad. Recuerda con claridad el día que se presentó ante doce internos, les regaló su Biblia y les dijo que “el último que saliera de la celda se la llevara. Quería que ellos hicieran lo mismo que yo: compartir lo que está escrito”.
Hoy, sus problemas de salud le impiden salir de casa, pero su voz sigue haciéndose oír. Recibe visitas y conversa con quienes se acercan. “Vienen a visitarme y yo les hablo de la Palabra de Dios. No sé cuántos estudiaron conmigo ni cuántos se bautizaron, pero sé que el fruto está ahí”, aseguró con una serenidad que refleja la convicción de una vida entregada al servicio.
Su mensaje final es una invitación a quienes tienen el privilegio de leer y muchas veces lo dan por sentado. “Quiero decirles a los que saben leer que no desperdicien ese don. Lean la Biblia de principio a fin”, exhortó con vehemencia. Como muestra de su compromiso, citó de memoria el Salmo 93: “El Señor reina, revestido de esplendor…”. Con firmeza señaló que “ese poder en lo alto está por encima de todo”.
El testimonio de Francisca Barros es la historia de una mujer que venció el analfabetismo a través de la fe y que, aún en la fragilidad de la edad y la enfermedad, mantiene viva la pasión por compartir la esperanza que encontró en las páginas de la Biblia.