Crónicas L4: Ecos de fe y voces nuevas

Lausana Segura
 Foto: Lausanne Movement

Una mirada latinoamericana en primera persona de la mano de Harold Segura, al IV Congreso del movimiento de Lausana (L4) que se celebra en Seúl, Corea. Un diario acerca de las experiencias, vivencias y pensamiento del teólogo y pastor colombiano, radicado en Costa Rica.


Ha habido reclamos desde el primer día hasta hoy, que es el último: protestas de iglesias coreanas que, en las puertas, piden que el congreso “cierre filas” con las personas LGTBI+; de algunos miembros del comité teológico, que se preguntan por qué no fueron consultados durante el proceso de redacción; de los grupos sionistas, que se molestaron porque en la plataforma se pidió justicia para el pueblo palestino, y de los practicantes de la Misión Integral, que pedimos un balance social en el documento, entre otros más.

Pero sería incorrecto dejar la impresión de que este IV Congreso ha sido una maraña de disputas. Esa versión no correspondería con la realidad. En Seúl (Incheon) hemos cantado con alegría, reído con ganas (con mis amigos y colegas más cercanos incluso hemos llegado a carcajearnos), disfrutado de la amabilidad de las personas voluntarias que nos atienden, siempre con un rostro amable y servicial. En fin, ha sido una experiencia grata.

Los reclamos —cosa de minorías no siempre tan visibles— conviven con las aprobaciones de la mayoría. Esto es lo que pasa en la mayoría de las iglesias locales evangélicas en casi todo el mundo: una mayoría que sostiene y aplaude teologías tradicionales, ideologías conservadoras, vota por caudillos populistas (de derecha y de izquierda, aunque más de los primeros) y, para no hacer la lista más larga, ora por Israel y cierra los ojos ante lo que pasa con el pueblo palestino (resabios de los apocalipticismos de los años 60).

En contraste, las minorías evangélicas (entre ellas, las personas más jóvenes) tienden a cuestionar estas posturas: levantan la voz contra las lecturas bíblicas alineadas con el poder político, abogan por teologías que enfatizan la justicia social y la dignidad humana, y se atreven a expresar su solidaridad con comunidades marginadas, incluidos los palestinos y las minorías sexuales. En sus círculos, la misión no se entiende como un respaldo incondicional a ciertas naciones o políticas, sino como un llamado a denunciar la opresión en cualquier contexto.

Pero estos rostros del pueblo evangélico conviven en la mayoría de las iglesias. Por cierto, como una expresión de esa “ambigüedad reconciliada” (encuentro acertada esta expresión), aquí en Seúl, unos y otros cantaban con entusiasmo los mismos himnos, conversaban amenamente cada vez que se encontraban, querían tener los datos de los nuevos amigos y amigas y, también, querían una foto con el pastor Rick Warren, de la iglesia Saddleback, en California. Yo llevo la mía.

Mi preocupación no es con la actual generación evangélica. Convivimos, aunque diferimos. Mi inquietud es con las nuevas y próximas generaciones. La diferencia entre ellas no es entre misión global y misión integral o entre teologías dispensacionalistas y teología de la liberación, por dar solo un ejemplo. ¿Cuántos jóvenes saben quién es C.I. Scofield o han leído a J.L. Segundo?

Los intereses de estas generaciones son otros, y quizá por eso salen por cientos cada año de nuestras comunidades evangélicas. Las estadísticas recientes muestran un marcado descenso en la participación de jóvenes en las iglesias evangélicas. Según el Barna Group, casi tres de cada cinco jóvenes cristianos (59%) dejan de asistir a la iglesia de manera permanente o por un período extendido después de los 15 años.

Otro estudio revelado por Christianity Today muestra que la pandemia aceleró la tendencia de abandono de la iglesia, especialmente entre adultos jóvenes de 18 a 29 años, un grupo en el que el 42% registró cambios en su nivel de asistencia a servicios religiosos, y el 30% asistió con menor frecuencia tras la pandemia. En comparación, solo el 28% de los adultos de 30-49 años y el 16% de los mayores de 65 informaron un descenso similar.

En el año 2026 se realizará en Brasil el encuentro mundial de juventudes del Movimiento de Lausana. Quisiera saber qué se dirá allí y cuáles serán sus controversias. Porque Lausana no será el futuro de la Iglesia; ese futuro está en manos de las nuevas generaciones.

Aquí terminan mis crónicas. Quisiera escribir unas cuantas más posteriores a Seúl, pero no prometo nada. Si no escribo, ya sabrán por qué: no soy de las nuevas generaciones, y después de más de 30 horas de vuelo, cuando aterrice en Costa Rica, no sé si recordaré lo prometido… ni siquiera cuáles fueron las controversias de aquí. Soy de la "Old Generation Lausana", como la gran mayoría de los participantes en Seúl. Quizá a eso se deban los anacronismos de Lausana y de sus silencios y controversias, ¿asunto generacional?

Parafraseando a Jürgen Moltmann, cada generación tiene la responsabilidad de encarnar el evangelio de manera fresca, para que la fe no se convierta en un eco vacío de generaciones anteriores, sino en un camino hacia la verdadera esperanza. 

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