Hace poco más de un año y medio se hablaba de la Universidad de Asbury como el foco de un nuevo avivamiento, a partir de una gesta de oración y adoración que insumió varios días ininterrumpidos. Esto se replicó en otras universidades y dejó de pasar inadvertido para el pueblo cristiano que, enseguida, salió a pronunciarse a través de las redes sociales. Es maravilloso ver que cientos o miles de personas estén en continuado orando y adorando a Dios, por supuesto. Algo así no se ve todos los días y uno sospecha que eso debiera dejar una huella. Pero… ¿se trató realmente de un avivamiento?
Creo que deberíamos detenernos en lo relevante de cada manifestación espiritual y no sacar conclusiones de antemano. Pero para eso, algo imprescindible es saber qué es un avivamiento, para qué sirve y cuál es el real impacto que éste genera en la sociedad.
Por empezar, el término “avivamiento” ni siquiera es bíblico. Al menos, como vocablo que pretenda significar algún tipo de movimiento o manifestación del Espíritu Santo. Es un mero término teológico implementado luego de que sucedieran a lo largo de la historia de la iglesia, experiencias espirituales que desembocaron en impactos duraderos en la sociedad.
Tal vez se pudiera considerar como el primer avivamiento aquél episodio narrado en el capítulo 2 del libro de los Hechos, cuando tras la predicación de Pedro, el Espíritu Santo se mostró de manera inédita, derramándose como lenguas de fuego sobre la gente, que comenzaba a hablar idiomas desconocidos y como resultado, se convirtieron más de 3000 personas. A partir de allí, la iglesia primitiva se expandió de manera tal que ni siquiera las peores persecuciones de los más sanguinarios emperadores romanos pudo detenerla. A mayor persecución, mayor crecimiento de la iglesia, que por aquél entonces no conoció límites geográficos.
Luego del período oscurantista, se podría nomenclar la Reforma Protestante como una suerte de avivamiento. No hubo allí experiencias sobrenaturales, ni tampoco actos mágicos. Sólo un fraile que leyó con otros ojos las mismas Escrituras que se venían leyendo hacía más de 15 siglos. Y esa nueva mirada se transformó en 5 enunciados que dieron vuelta la historia de la iglesia, abriéndose la mismísima Palabra de Dios a todo el pueblo (recordemos que hasta ese entonces, el común de la gente no tenía acceso libre a las Sagradas Escrituras, al menos en forma masiva). Eso permanece hasta el día de hoy. Con aggiornamientos varios, pero luego de 500 años se sigue celebrando cada 31 de octubre la impronta cristiana basada en la “sola escritura, solo gracia, solo Cristo, sola gloria y sola fe”.
Los avivamientos, a diferencia de lo que frecuentemente practicamos cada vez que surge un movimiento notorio en las iglesias, no se catalogan inmediatamente, sino que pasado un tiempo considerable, se los ve como tal debido al impacto social que generaron. Por ejemplo, el gran despertar de las colonias americanas de principios y mediados de siglo XVIII, cuando tras la poderosa exposición bíblica de los predicadores de aquél entonces, los mismos cristianos dejaron de lado los rituales y ceremonias que vivían hasta ese momento, para comenzar a vivir la vida en Cristo basada en un verdadero arrepentimiento. Por otra parte, la gente comenzó a escudriñar la Biblia en sus casas, descentralizando así la interpretación de las Escrituras y evitando ser engañados por cualquiera que quisiera aprovecharse de la ingenuidad de aquellos cristianos. Esta práctica, perdura hasta el presente. La Biblia es el libro más vendido del mundo y de la historia, y está presente en las bibliotecas de innumerables familias aunque no profesen la fe cristiana. Ese impacto social que se mantiene vigente es lo que permite considerar estos sucesos como un avivamiento.
Así como el primer gran despertar se produjo dentro del seno de la iglesia, un siglo después hizo lo propio fuera del mismo. El interés que se generó por la religión en la población de aquél entonces, inspiró una oleada de activismo social que, entre otras cosas, desembocó en la abolición de la esclavitud.
El siglo XX también tuvo lo suyo, a través de las grandes campañas evangelísticas que tenían como protagonistas centrales a carismáticos predicadores que rompían el molde. Algunos por la predicación en sí misma, atrayendo millones a los pies de Cristo, como Billy Graham, Luis Palau o Reinhard Bonkee, por nombrar solo a tres que ya no están entre nosotros, pero han dejado una huella imborrable, y si bien no se podría puntualizar el inicio de los avivamientos generados por sus masivas formas de evangelización, hoy, a la distancia, podemos decir que se trató de avivamientos progresivos que dejaron como saldo millones de nuevos cristianos. Algo importante en los tipos de eventos evangelizadores de estas nuevas estructuras paraeclesiásticas es que, además de la predicación de la palabra de Dios, se realizan acciones sociales que generan cierta incomodidad en los sectores gubernamentales que se ven desnudos en su ineficacia o desidia, al contemplar que las instituciones cristianas realizan la “tarea del Estado”. Esto hace que hoy en día, la iglesia evangélica sea sinónimo de “ayuda a los pobres, asistencia en medio de catástrofes” y otros ítems que muestran que no solo se trata de palabra, sino de acción.
Para ir concluyendo, no toda manifestación espiritual debiera ser catalogada de avivamiento. De ser así, la historia estaría llena de estos, pero la realidad es que aquellos pequeños impactos (que no hay que desestimar), podrán ser apreciados en toda su magnitud cuando pasen los años y se vea un real cambio social como consecuencia de los mismos. Por eso, cuando leíamos en las redes sobre “el avivamiento de Asbury”, podríamos estar, cuanto menos, apresurándonos en nuestra apreciación. No hay apuro en saber si esto fue un avivamiento. No cambia nada un rótulo. Lo que importa es que detrás de cada cimbronazo espiritual, haya vidas transformadas por el poder del Espíritu Santo y sociedades que reciban un impacto tal que se afiancen con el paso del tiempo.