
El cambio climático ya no es una amenaza distante del futuro; es una realidad palpable que afecta a comunidades en todo el mundo, desde sequías devastadoras y olas de calor extremas hasta inundaciones y fenómenos meteorológicos impredecibles.
Sólo un par de datos a considerar: En 2024, la temperatura global promedio superó por primera vez los 1,5 °C sobre los niveles preindustriales, alcanzando entre 1,51 °C y 1,60 °C según diferentes conjuntos de datos. El nivel del mar global ha aumentado alrededor de 21 a 24 cm desde 1880. Según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA), Entre 2014 y 2023, la tasa anual de ascenso se aceleró hasta casi 4,8 mm por año, más del doble que en décadas anteriores.
Para muchos, este tema se debate en foros científicos o políticos, pero para el cristiano evangélico, la crisis climática debería ser vista a través del lente de nuestra fe. ¿Cómo respondemos como seguidores de Cristo a un desafío que impacta directamente la creación de Dios y la vida de nuestros vecinos más vulnerables?
Desde el principio, la Biblia establece un claro mandato de mayordomía. En Génesis 2:15, leemos: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”. Esta no es una licencia para explotar la tierra sin límites, sino una responsabilidad sagrada de cuidar, proteger y cultivar la creación de Dios. Somos mayordomos, no dueños, de este planeta.
Ignorar el deterioro de la tierra es desobedecer este primer y fundamental encargo divino. La tierra y todo lo que en ella hay le pertenecen a Dios (Salmos 24:1), y nosotros somos sus cuidadores.
El impacto del cambio climático no es neutral. Afecta desproporcionadamente a los más pobres y marginados del mundo, aquellos que tienen menos recursos para adaptarse a los desastres naturales o a la escasez de alimentos y agua.
Como cristianos, nuestra fe nos llama a la justicia y a la compasión por los vulnerables. Santiago 2:15-16 nos recuerda: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del sustento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?”
Si vemos que las sequías amenazan la subsistencia de los agricultores o que las inundaciones desplazan a familias enteras, nuestra respuesta no puede ser la inacción.
La acción climática desde una perspectiva cristiana no es un desvío de la evangelización, sino una expresión integral de la misma. Es una forma de amar a Dios al honrar Su creación y de amar al prójimo al proteger sus medios de vida y su futuro.
Organizaciones como A Rocha Internacional trabajan a nivel global para movilizar a los cristianos en la conservación y el cuidado del medio ambiente, basándose en principios bíblicos. Sus esfuerzos demuestran que la fe puede inspirar soluciones prácticas y significativas.
Es hora de que las iglesias evangélicas asuman un liderazgo más visible en el diálogo y la acción climática. Esto puede significar educar a nuestras congregaciones sobre la conexión entre la fe y el cuidado de la creación, promover prácticas sostenibles en nuestras comunidades y abogar por políticas que protejan nuestro planeta.