Los periódicos nos invitan estos días a estar constantemente midiendo nuestros límites, a evaluar dónde está nuestra escala de valores. En un mundo donde las circunstancias nos presionan a ser justos, a veces nos encontramos atrapados entre el perdón y la justicia. ¿Qué haría Dios si tuviera que liderar estos procesos? ¿Qué debemos hacer nosotros para ser fieles representantes del Altísimo?
Estamos en un tiempo donde las circunstancias nos llaman a ser justos, a que la justicia prevalezca. Sin embargo, nos encontramos atrapados entre elegir entre el perdón y la justicia. En medio de la desazón, probablemente aparecerán varias razones para hacer aquello que nos indican las circunstancias. Tendremos que elegir con qué actitud nos relacionaremos con lo que vemos. ¿Y qué haremos?
¿Cómo tratarías a quien se gastó todo tu dinero?
Como todos los días, aquel día salió a ver hasta donde la vista le alcanzaba. Cada mañana tomaba la costumbre de mirar hacia lo lejano. Pero aquel día lo vio. Era su hijo que volvía. Se lo notaba flaco, derrotado y cabizbajo. No pudo esperar que se acercara demasiado y corrió a su encuentro. Nada de lo que había hecho ya tenía importancia. Lo abrazó y lo besó, no como el último día, no con un beso justiciero que diga "viste, yo te lo dije" o "tuviste tu merecido por no obedecer", sino un beso como el primer día que decía "ya pasó… aquí estoy contigo…" (Lucas 15:11-32).
¿Cómo negociarías con tus deudores?
Debía ajustar cuentas, aclarar números, poner las finanzas de los deudores al día. Llamó a uno que le debía mucha plata, más de 300.000 dólares. Luego de arduas negociaciones, supo que el mismo no tenía con qué pagar. La justicia del momento le invitaba a poder venderlo como esclavo, igual a su familia y todo lo que poseía. Lo miró cara a cara y le declaró que haría lo que la ley le decía. El deudor se humilló y pidió clemencia. El líder, movido a compasión, decidió perdonarle toda la deuda. Y lo dejó libre… (Mateo 18:23-27).
¿Cuán justo serías con el pago de salarios?
Desde la mañana temprano, salió a contratar obreros para su viña. Les ofreció un denario por el día de trabajo y les indicó qué hacer. Luego, como al mediodía, volvió a salir al mercado y contrató a aquellos que estaban sin trabajo, para que trabajaran para él en su viña el tiempo del día que restaba. "Vengan conmigo, que les pagaré lo que sea justo", les dijo. Volvió una hora después, dos horas después y tres horas después. Y a todos los que estaban sin trabajo los llevó a trabajar en su viña.
Por último, casi al caer el día, quedando una sola hora de sol, volvió a la plaza y encontró personas allí paradas. "¿Qué hacen aquí?", les preguntó. "Esperamos por trabajo". "¿Por qué estuvieron todo el día sin trabajar?", exclamó el hombre. "Nadie nos contrató, Señor", le respondieron. "Vengan también a mi viña", le escucharon, mientras los llevaba camino a su tierra.
Al llegar a la hacienda, estos últimos comenzaron a hacer lo que se les ordenó. Sin embargo, los que estaban desde la mañana casi no los miraron. Su indiferencia tenía fundamento. Para ellos, no existían. No habían hecho nada, solo habían trabajado una hora, mientras que ellos estaban desde la salida del sol, transpirando cada gota para lograr al fin del día lo que merecían, una paga justa. Así fue como a todos se les llamó al terminar el día. Dejaron sus herramientas y se acercaron al dueño de la tierra en espera de su recompensa. ¡Y su sorpresa fue grande! Aquellos hombres que solo habían trabajado una hora recibirían la misma paga que ellos. Unos y otros se comentaban lo sucedido hasta que todos comenzaron a quejarse al unísono. ¡No es justo! ¡Ellos solo trabajaron unas horas! (Mateo 20:1-16).
Justicieros o Perdonadores
Lo que nos caracteriza a los cristianos por encima de cualquier otro líder es que no somos llamados a ser solamente buenos sino también perdonadores. El perdón vive en la esencia de Dios y hoy es un buen día para practicarlo. Vivamos esta semana siendo poderosamente perdonadores. Mientras los demás buscan justicia, convirtámonos los cristianos en abanderados del perdón y de ese corazón magnánimo que Dios derrama desde siempre sobre la humanidad.
Hoy es un buen día para ponerme de pie y correr por el que se equivocó y alentarlo a mirar al futuro. Perdonar al que no puede cubrir lo que debería, dar a aquellos que llegan último lo mismo que a los que llegan primero, no darles lo que merecen, sino lo que necesitan. Hoy es el primer día del resto de nuestras vidas. Qué buen momento para ser menos como "el justiciero" y más como Jesús.