En un mundo donde los intereses personales a menudo eclipsan el bien común, la pregunta "¿Dónde está el corazón de Jesús?" resuena con una urgencia particular. La Biblia, nuestra fuente más confiable para comprender los intereses de Jesucristo, ofrece una perspectiva clara y desafiante.
Jesús, cuyo ministerio terrenal fue breve pero cuya influencia es eterna, no buscó riquezas ni poder. Su corazón estaba con los marginados, los enfermos y los pecadores; con aquellos que la sociedad había dejado de lado. Filipenses 2:21 nos recuerda que "todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús". Esta es un llamado a reflexionar sobre nuestras propias prioridades en la luz de las de Él.
Los evangelios nos muestran a un Jesús que alimenta a los hambrientos, sana a los enfermos y enseña con autoridad sobre el Reino de Dios. Él desafía las normas sociales y religiosas, poniendo el amor y la compasión por encima de la ley. En Mateo 22:37-39, Jesús resume la ley y los profetas en dos mandamientos: amar a Dios con todo nuestro ser y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Aquí radica el corazón de Jesús: en el amor incondicional y sacrificial.
La Biblia también condena la acumulación de riqueza a expensas de los demás, como se ve en los versículos que advierten contra el cobro de intereses y la usura (Éxodo 22:25, Levítico 25:35-37). Jesús mismo advierte contra la codicia y la búsqueda de riqueza material en Lucas 12:15, diciendo: "Guardaos y apartaos de toda codicia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee".
Entonces, ¿dónde está el corazón de Jesús hoy? Está donde siempre ha estado: con los pobres, los quebrantados, los que buscan la verdad y la justicia. Está en las acciones de aquellos que siguen su ejemplo, sirviendo a los demás sin esperar nada a cambio (Lucas 6:35). Está en la compasión mostrada a los extranjeros y en la bondad extendida a los enemigos.
Como seguidores de Cristo, estamos llamados a buscar no nuestros propios intereses, sino los de Jesús. Esto significa priorizar el amor, la justicia y la misericordia en nuestras vidas diarias. Significa ver a cada persona como un reflejo de Dios y tratarla con la dignidad que merece. En un mundo lleno de división y desigualdad, el corazón de Jesús nos guía hacia la unidad y la paz.
Que esta reflexión nos inspire a mirar más allá de nosotros mismos y a encontrar el corazón de Jesús en nuestras acciones y en nuestro amor por los demás.