De sicarios a discípulos: cómo un misionero cambió vidas en Medellín con el Evangelio

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En medio de una Medellín sacudida por la violencia del narcotráfico en los años 80, el misionero Marcos Wittig encontró en el fútbol una herramienta poderosa para predicar el Evangelio y transformar la vida de miles de niños y jóvenes expuestos a las drogas y el crimen. Hoy, su ministerio alcanza a más de 5.000 chicos en zonas vulnerables de Colombia. Foto: COSDECOL

La expansión del mensaje de Jesús llega a diferentes lugares en distintas formas. El mismo mensaje, pero a través de múltiples plataformas. Diario Cristiano conversó con el misionero estadounidense Marcos Wittig, radicado en Medellín, Colombia. Allí funciona la Corporación Social y Deportiva de Colombia (COSDECOL), un ministerio que, desde 1985, predica el Evangelio a cientos de niños rescatados de la violencia y las drogas a través del fútbol.

“¡Gracias por regar la noticia! Yo llegué al país con mi familia en 1985”, contó con tono tenue, antes de explayarse en una historia de vida y en cientos de historias que exponen una realidad cruda y una respuesta amorosa basada en Cristo Jesús.

Dialogar con Marcos fue una experiencia enriquecedora. Cada palabra suya fue un testimonio de lo que Dios hizo en su vida. Al llegar al país, relató que fue invitado por el Seminario Bíblico de Colombia a ser parte de la facultad. “Yo estaba sirviendo al Señor en Chicago, levantando una iglesia hispana allá. Me invitaron y, bueno, después de orar y pensarlo, nos fuimos de allí y nos vinimos a este lugar”.

Durante la década de 1970, Pablo Escobar, pionero en el tráfico de cocaína a gran escala, fundó el Cartel de Medellín junto a los hermanos Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa, además de socios como Gonzalo Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano”, y Carlos Lehder, alias “El Loco”, para construir un imperio basado en la producción, distribución y venta de cocaína.

“A finales del 85 se desató la violencia aquí, en Medellín, con la guerra entre el cartel y el gobierno. El gobierno no le había prestado mucha atención al cartel al comienzo de los 80 y todo eso. Incluso dicen que algún presidente u otro pues hasta estaban ayudando a traficar drogas, usando sus aviones”, relató Marcos.

El Cartel de Medellín, una de las organizaciones de narcotráfico más violentas e icónicas de la historia de Colombia, consolidó su control sobre el tráfico internacional de cocaína durante los años 80 y 90. Para mantener su hegemonía, utilizó una combinación de violencia extrema y cooptación institucional, sobornando funcionarios públicos como líderes políticos, jueces y fuerzas de seguridad, mientras eliminaba a cualquier rival o crítico a través de atentados, secuestros y asesinatos.

“Entonces, el cartel cometió un error: asesinó al procurador general de la nación. Ahí fue que el gobierno decidió hacerles la guerra y acabarlos. Pablo Escobar estaba ya ganando demasiada plata [dinero] como para decir ‘ah, bueno, nosotros vamos a sembrar papas y yuca’. Entonces, él comenzó a reclutar jóvenes, entrenarlos para ser sicarios, asesinos, y ahí se desata la violencia en Medellín. Un promedio diario de 25 muertes violentas”, prosiguió Wittig.

“Era muy visible la tragedia de la muerte, especialmente de los jóvenes. Mataban y los mataban. Entonces yo comencé a orar: ‘Vine a enseñar, a estar en un aula de clase y todo eso, pero en el barrio donde nos mudamos había unos mafiosos’, y tenían jóvenes ahí del mismo barrio reclutados”, recordó.

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“Yo no tenía ninguna idea de qué íbamos a hacer o a dónde íbamos a llegar. Solo sabíamos que el fútbol era un gran medio para hablar del Evangelio”, confesó Marcos Wittig. Foto: COSDECOL

La historia continúa con Marcos observando a esos muchachos atrapados por la violencia, pero que conservaban las ganas de correr tras la pelota. Como está tan arraigado en la cultura colombiana, un partido de fútbol se convierte en un encuentro ideal para hacer nuevos amigos.

“A mí me encanta el fútbol”, contó sonriente. “Voy a salir y a jugar con ellos, y ofrecerles amistad”, pensó. “A los cuatro meses de haber llegado a Medellín, les organicé un torneo para todos esos jóvenes. Eran como 120 muchachos. Junto con ese torneo, les ofrecí y los invité a una charla bíblica. Nada estructurado, pero venga, vamos a hablar de Dios, la Biblia y la vida”, sintetizó. Así, casi por casualidad, comenzó un recorrido que lleva más de 30 años de testimonio y deporte.

"Era muy visible la tragedia de la muerte, especialmente de los jóvenes. Mataban y los mataban". 

Luego de ese primer encuentro, comenzaron a reunirse semanalmente. Cerca de 30 jóvenes asistían cada semana a los entrenamientos, que siempre iniciaban con una meditación basada en la Biblia. Con una sonrisa, recordó a su primer gran desafío personalizado: un jovencito al que no le gustaba su presencia porque representaba aquello contra lo que, culturalmente, se había criado a rechazar.

“Yo era un gringo que había llegado desde el país opresor”. Pero, una vez cruzada la barrera cultural, fue uno de los más comprometidos con el grupo. “Después de un año, este joven decidió cambiar de patrón”. Era de la máxima confianza de uno de los mafiosos más importantes del momento. “Pero él le dijo: ‘he decidido cambiar de patrón’”, relató Marcos. Y así lo hizo: dejó de ser empleado del “mafioso Byron Cano” y se entregó a Jesucristo.

Ese “típico joven, de madre soltera, que no había terminado ni siquiera la primaria, defendiéndose toda la vida y con no mucho futuro, Dios agarró su vida, su corazón y lo transformó… Al cabo de un año o más, él y yo pensamos: ‘este fútbol es algo interesante para impactar con el Evangelio a los jóvenes’. Entonces organizamos una escuelita de fútbol, un club para adolescentes. Él los entrenaba y yo iniciaba cada entrenamiento con una pequeña charla, meditación bíblica o devocional”. Se notaba en el relato que su corazón sigue rebosando de emoción como aquella primera vez en que descubrió una vía para llevar el mensaje de salvación.

“Yo no tenía ninguna idea de qué íbamos a hacer o a dónde íbamos a llegar. Solo sabíamos que el fútbol era un gran medio para hablar del Evangelio”, confesó.

A medida que los jóvenes aparecían y se comprometían, los incluían en grupos de discipulado cristiano. “Para el 90 o 91, ya teníamos unos seis u ocho diferentes clubes o escuelas de fútbol con sus líderes”. Y así se fueron sumando más equipos y jóvenes que fueron transformados por el mensaje de la Cruz usando el deporte y los entrenamientos como plataforma de predicación.

“Hoy tenemos unos 35 técnicos de tiempo completo. También muchos voluntarios, pues no tenemos los recursos para pagarle a todos, pero estamos con unos cinco mil niños y jóvenes en el programa”.

Además de Medellín, tienen presencia en otras zonas del país cafetero. “Fuera de Medellín estamos en unas 32 otras áreas de Colombia. En lugares más que todo vulnerables. Donde hay pobreza, narcotráfico, guerrilla, paramilitares… en esas zonas donde estos jóvenes son tan expuestos a formar parte de estos grupos. Entonces trabajamos con iglesias rurales, locales, para ayudarles a evangelizar y discipular a estos jóvenes”.

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Cuerpo técnico y de entrenadores que buscan impactar las vidas de los jóvenes en Colombia Foto: COSDECOL

El acompañamiento llega hasta aproximadamente los 20 años, y en estos 30 años, según el relato de Marcos, han tenido “más de 40.000 niños y jóvenes” que pasaron “por nuestras filas”. Muchos de ellos hoy son hombres redimidos por Dios; algunos abrazaron el deporte y otros, el ministerio pastoral.

Los brownies del club

Una de las anécdotas que narró Marcos fue la de "los brownies del club", una ocurrencia para dar trabajo a los jóvenes que salieron de la delincuencia pero que todavía debían sostener económicamente a sus familias. 

"A mediados de los 90, yo salía a los barrios a ver los entrenamientos. Y algunos jóvenes ya más mayores, de 18 o 19 años, se acercaban y me decían: 'Marcos, ¿qué hacemos ahora? Queremos salir del crimen, pero tenemos que seguir llevando plata a la casa, apoyando a la mamá. Pero nadie nos quiere emplear. Estos barrios donde trabajamos tenían una fama muy mala. Los jóvenes, por cualquier cosa, asesinaban, mataban. Entonces, yo me puse a orar y pensar qué hacemos para poner a estos jóvenes a trabajar".

“Hoy tenemos unos 35 técnicos de tiempo completo. También muchos voluntarios, pues no tenemos los recursos para pagarle a todos, pero estamos con unos cinco mil niños y jóvenes en el programa”.

Recordó cómo fue el proceso de poner en marcha la venta de brownies pasa sostener a esas familias. El postre típicamente estadounidense fue un manjar recién descubierto por la sociedad colombiana por aquellos días.

"Se me prendió un bombillito en la cabeza. Bueno, ¿por qué no hacemos brownies? Entonces, llevé unas muestras a una compañía de helados que estaba comenzando a trabajar, con el brownie y su helado. Les llevé una muestra de seis brownies. Y a los dos días me llamaron con el primer pedido. ¡Querían 150 kilos!", contó.

Llamó a uno de aquellos muchachos, le enseño a cocinar los brownies y comenzaron con lo que hoy es una fábrica de brownies. Una fuente de trabajo y de ingresos económicos. Un sustento que ayuda, aunque no es suficiente.

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