¿Cómo funciona realmente la sanidad divina?

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En muchos círculos cristianos existe un intenso debate sobre si la sanidad sobrenatural todavía está disponible hoy en día o si terminó con los apóstoles. Por un lado, las comunidades evangélicas a menudo sugieren que la sanidad era principalmente un don apostólico, mientras que las comunidades carismáticas creen que el don sigue estando plenamente activo en la actualidad. Pero curiosamente, ambos grupos parecen tener razón en parte, y sin embargo, ambos podrían estar pasando por alto un punto crucial.

Empecemos por abordar un error común: algunos carismáticos, con el debido respeto, afirman que tienen un "don de sanidad". En realidad, la sanidad no es un don que alguien posee en sí mismo. En cambio, la sanidad en sí es un don, una bendición inmerecida que Dios, en su amor y misericordia, nos otorga. Dios es la fuente última de toda sanidad . Santiago 1:17 nos recuerda: "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces celestiales, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación".

Podemos considerar la sanidad de la misma manera que consideramos el maná del cielo. Dios les dio el maná como un regalo milagroso a los israelitas, pero no fue porque lo merecieran; simplemente fue la manera en que Dios los cuidó. Desafortunadamente, ellos lo dieron por sentado, tal como muchos de nosotros hoy damos por sentado Sus bendiciones. Los regalos de Dios, incluida la sanidad, no son algo que debamos esperar a pedido o tratar como si Dios fuera una especie de máquina expendedora cósmica.

Sí, a Dios le encanta darnos buenos regalos. Jesús dijo en Mateo 7:11: “Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más su Padre que está en los cielos dará buenas dádivas a los que le pidan?” Pero hay un punto clave aquí: así como cualquier padre amoroso sabe cuándo y cómo dar regalos apropiados a sus hijos, Dios sabe cuándo conceder la sanidad y cuándo permitirnos atravesar las pruebas.

A veces, los mejores regalos de Dios vienen envueltos en luchas, demoras o incluso en forma de oraciones sin respuesta. Esto no se debe a que Él nos esté descuidando; es porque Él nos está formando. Así como un niño de dos años no está listo para manejar el regalo que podría ser apropiado para un niño de 12 años, a menudo no estamos listos para los regalos que creemos que queremos. El proceso de esperar, buscar y confiar en Dios en medio de nuestras pruebas es a menudo lo que nos prepara para recibir el verdadero regalo: Su gracia, paz y una comprensión más profunda de Su amor.

Al orar por sanidad, no debemos caer en la trampa de "nombrarlo y reclamarlo" o "declararlo y agarrarlo". Dios no está obligado a operar en nuestro tiempo, ni debemos esperar que Él cumpla nuestras demandas como si las mereciéramos. En cambio, debemos acercarnos a Él con la humildad y la fe de un niño que le pide algo a su padre, sabiendo que depende del padre concederle o no la petición. Como dijo Jesús en Mateo 21:22, "Si creen, recibirán todo lo que pidan en oración". Pero creer no se trata solo de exigir algo; se trata de confiar en la sabiduría y el tiempo de Dios.

Dios es más que capaz de sanar, y lo hace hoy. Sin embargo, puede optar por sanarnos instantáneamente, gradualmente o de maneras que no esperamos. A veces, la sanidad más profunda no llega en forma de un milagro físico, sino en la transformación interior de nuestro corazón, nuestra mente y nuestro espíritu. Como nos recuerda 2 Corintios 4:16: “Por eso no desmayamos. Aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando de día en día”.

Uno de los ejemplos más poderosos de sanidad en la Biblia es cuando el apóstol Pablo oró tres veces para que Dios le quitara el “aguijón en su carne”. En lugar de concederle sanidad inmediata, Dios le respondió en 2 Corintios 12:9: “Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”. Pablo aprendió que la fortaleza de Dios se manifestaba en su debilidad, y esto también es una forma de sanidad, una que va más allá de lo físico para tocar lo eterno.

Entonces, ¿cuál es la moraleja? Simplemente esto: la sanidad siempre está disponible, pero no siempre se manifiesta de la manera que queremos o esperamos. Cuando ores, no solo pídele a Dios la sanidad; pide la gracia para recibir cualquier regalo que Él tenga para ti en ese momento. Puede ser sanidad física, o puede ser la fuerza para soportar, la paz para confiar o la fe para creer.

La próxima vez que te acerques a Dios, ya seas evangélico, carismático u otro, no lo trates como una máquina expendedora que dispensa sanidad a pedido. En cambio, pídele humildemente el don de la sanidad en tu vida, sabiendo que Él es el dador perfecto que sabe exactamente lo que necesitamos y cuándo lo necesitamos.

Y recuerda, el mayor regalo que Él nos ha dado es Su Hijo, Jesucristo, quien cargó con nuestros pecados, enfermedades y dolencias en la cruz. Como declara Isaías 53:5: “Por sus llagas fuimos nosotros curados”. Esta sanidad, ya sea que se manifieste física, emocional o espiritualmente, es el regalo más profundo y eterno de todos.

Que todos aprendamos a recibir Sus dones, incluida la sanidad, con gratitud, humildad y fe.

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