La soleada mañana del domingo contrasta con la fría imagen que presenta el sombrío cementerio de Rafael Calzada, una ciudad situada al sur de la provincia de Buenos Aires. Un puñado de cristianos encuentra en el lugar en que se despide a los muertos, el escenario inmejorable para predicar la vida.
Asistimos puntual a la cita. Diez minutos antes de las 9:00 AM del domingo, aparcamos en el espacio que uno de los sepultureros del lugar indica. La espera no dura siquiera un minuto ya que inmediatamente divisamos al capellán Alberto Acosta.
Alberto es un hombre de delgada y frágil contextura física, pero de un enorme espíritu para enfrentarse a la tamaña tarea de, sonrisa mediante, extender su mano o dar un abrazo al desconocido de turno que llega dolido por la partida de un ser querido. Inmediatamente, la robusta complexión de Carlos Bruzzone también se deja ver, haciendo contraste con la de Acosta, con quien parece haber formado la sociedad perfecta para llevar a cabo esta asombrosa tarea de entregar un mensaje de esperanza a personas que, a simple vista, parecen haberla perdido.
Poco a poco van llegando los voluntarios de MEPAC (Ministerio Evangélico Puerta Al Cielo), tal como lo bautizaron hace 9 años a este movimiento que nació en el corazón de dos hombres que saben lo que es perder un ser querido. Pero que no se anclaron en el dolor de la pérdida irreparable, sino que capitalizaron el momento de tristeza y dolor para convertirlo en una herramienta de contención y evangelización a centenares de personas que atraviesan esta situación límite.
La capilla con imágenes propias del catolicismo, dejó de ser frecuentada por los sacerdotes de ese credo hace ya unos años. Cuando azotó la pandemia, no se podían realizar oficios religiosos, pero cuando el Covid-19 dejó de ser una amenaza, jamás se restauró ese espacio pensado para el sosiego espiritual de los deudos. Fue allí que Carlos y Alberto no dejaron pasar la ocasión para hacerse cargo del espacio que hoy, ellos mismos mantienen aseado antes de cada servicio. Las imágenes aún permanecen, un poco por solicitud y otro poco porque tanto a Alberto como a Carlos, no les afecta y hasta les son funcionales para su misión. Tanto como el curioso cuello clerical del que hace gala Acosta, quien capta la atención de 50, 70 y hasta 100 familiares que van a despedir a su ser querido, y los hace repetir al unísono el Padrenuestro.
"Este ministerio ya lleva nueve años de trabajo en el cementerio de Rafael Calzada", cuenta Bruzzone, al tiempo que da un marco histórico a la formación del mismo. "Al principio veníamos tímidamente entregando algún tratado evangelístico, hasta que nos dimos cuenta que la gente necesitaba más que eso. Necesitaba el vínculo, necesitaba ese consuelo total que solo viene del cielo. Por eso el nombre de este ministerio".
Hay una creencia popular sobre el destino de las almas, y es de que todas van al cielo. Bruzzone desmitifica esto y dice que "no sabemos el destino de la persona que acaba de fallecer, si es que tenía a Cristo en su corazón o no, pero sí nos aseguramos de que aquellos que llegan al cementerio tengan la oportunidad de recibir a Jesús como su Salvador".
La charla se interrumpe porque llega el primer coche fúnebre, seguido de una caravana de autos de los que descienden decenas de familiares y amigos de Osvaldo. La escena conmovedora registrada durante el entierro de su cuerpo no hace más que corroborar que se trataba de un hombre muy querido. En medio del dolor, Alberto y Carlos se abren paso con tanta firmeza como suavidad, dos cualidades aparentemente incompatibles, pero que ambos manejan a la perfección para lograr una respuesta afirmativa al ofrecimiento de unas palabras antes de despedir al difunto. Lágrimas, gemidos, abrazos... Sumado a todo eso, Palabra de Dios salida de la boca de Alberto, quien, con notable templanza, lleva a los pies de Cristo a los dolientes que están allí.
Mientras tanto, otro grupo de voluntarios ocupa la capilla con alabanzas y Palabra que puede escucharse a través de un pequeño parlante, el cual garantiza que esas palabras lleguen a los oídos de quienes transitan por ahí, sin alterar la serenidad que exige un lugar así. Carlos cuenta que, a pesar de las imágenes y estatuillas que moran en la ermita, "nada nos detiene de hacer un culto allí, predicar la Palabra de Dios o adorarlo con canciones".
Así transcurren los minutos y aunque la atención está puesta en la llegada de cada coche fúnebre, no descuidan a aquellos familiares que asisten con frecuencia al cementerio para dejar flores o algún objeto preciado junto a las lápidas. En grupos de a dos o tres personas, realizan una recorrida por los pasillos que se abren entre las tumbas, y se acercan a quienes con sus ojos todavía húmedos, cumplen con el ritual de la ofrenda floral.
La lectura de las tumbas, precisamente, fue el detonante que hizo que este ministerio cobrara ímpetu. "Un día, con Alberto nos pusimos a leer los mensajes que se suelen dejar en las lápidas. Todos ellos haciendo alusión a que desde el cielo, su ser querido les daba fuerzas, ánimo o le hacían sentir, de alguna manera, que aún estaban con ellos. Y esto es una gran mentira del diablo, que nos ha hecho creer en la automatización del cielo. Ese mito de que te mueres, y automáticamente vas al cielo. Entonces, nosotros predicamos algo diferente, y es que todo aquél que tiene a Cristo en su corazón, se hace acreedor de la vida eterna".
La hora avanza, el tercer coche fúnebre hace su entrada por las puertas del cementerio y se repite el accionar. Mientras seis o siete del equipo interceptan la caravana como si fuesen un comité de recepción, otro grupo permanece en la capilla entonando alabanzas e invitando a quien lo desee a pasar por allí y recibir consuelo.
"Para nosotros, esto es como el camino a Emaús", manifiesta Alberto estableciendo una comparación entre aquél clásico episodio posterior a la resurrección de Jesús, con la tarea que ellos desarrollan entre las parcelas. "Aquellos dos discípulos iban haciéndose las preguntas típicas tras un fallecimiento, en este caso, el del mismo Señor. Jesús se mete entre ellos y les pregunta '¿qué pasó?' Y nosotros hacemos lo mismo, corremos la situación, los sacamos del momento del dolor para situarlos en otro lugar. Mientras aquellos dos discípulos se seguían haciendo preguntas, Jesús los sacó de ahí y los acompañó. Y eso hacemos nosotros", asevera Acosta. A la vez afirma que cada domingo es dispar. Cada historia es diferente. Cada escena protagonizada por las familias del fallecido es distinta. Da la sensación de que nunca están preparados para lo que vendrá. Pero a su vez, están listos para afrontar cualquier situación que les depare la llegada de una nueva procesión.
El desafío planteado por este ministerio está dado, además del peculiar trabajo que realizan, en saber administrar el poco tiempo que disponen para estar con cada persona. "Son esos cinco minutos que, quizás, tenemos para darle consuelo y una palabra concisa, que la gente pueda entender y se vaya con Cristo en el corazón", enfatiza Alberto.
La mañana se convierte en mediodía. Parece mentira, pero el reloj avanzó con una inusitada velocidad. En esas dos horas y media, se pudo contemplar el enorme trabajo espiritual de personas movilizadas única y exclusivamente por el amor al prójimo. Personas que no miran el calendario ni el pronóstico del tiempo, sino que saben que su cita es cada domingo a la mañana en ese lugar donde se respira muerte, pero en el que ellos están decididos a ir contra la corriente llevando vida. ¡Y vida eterna!