¿Cuál es el grado de impunidad que dan las redes sociales para que cualquier persona, escondida detrás de un teclado y un monitor de computadora, critique encarnizadamente a un hermano en Cristo, sólo porque no califica según sus estándares? ¿Pensamos alguna vez, antes de escribir, que detrás de esa persona a la que descalificamos públicamente, hay una familia, una iglesia o un trabajo que pueden ser afectados?
En esta columna catártica, el periodista Damián Sileo abre su corazón y reflexiona sobre este mal que afecta a cristianos que encuentran en las redes sociales, el lugar perfecto para canalizar frustraciones y hacer demostraciones públicas de una pulcritud hipócrita manchando la reputación de otros cristianos.
Cuando me invitaron a conducir los hilos periodísticos de una importante web cristiana, acepté el desafío con mucho entusiasmo. Mi pasión por los medios me depositó en un lugar privilegiado, en el que podía dar algo de lo mucho que aprendí en mis años de carrera. Sin perder el eje de que ese sea un espacio de edificación, el objetivo era que ese medio se constituyera en un órgano de información de lo que acontece en el ambiente cristiano en todo el mundo. Esto implica dar noticias, documentar acontecimientos, dar a conocer las novedades de la cultura cristiana, generar espacios de reflexión y entrevistar a quienes protagonizan, día a día, el avance y extensión del Reino de Dios en la tierra. Periodismo. Ni más, ni menos que eso.
La interacción con el público lector también se constituyó en parte esencial del medio. Las encuestas lanzadas semanalmente desde las redes sociales solidificaron esa relación entre el medio y los lectores. Y en muchos casos, fueron fuente de inspiración para posteriores artículos e informes sobre aquellos temas que causaron interés. En otros, se generaron debates que, como siempre sostengo, producen crecimiento, siempre y cuando aprendamos a escuchar y valorar al que piensa diferente y dejemos abierta la posibilidad de que también uno pueda estar equivocado.
Las redes sociales, el lugar perfecto para canalizar frustraciones y hacer demostraciones públicas de una pulcritud hipócrita manchando la reputación de otros cristianos.
Pero desde hace un tiempo a esta parte, cuando son publicadas algunas notas periodísticas sobre temas o personajes que no son del todo aceptados -tal vez por ciertos prejuicios o simple ignorancia-, se generan comentarios poco felices, que distan mucho de las formas con las que un hijo de Dios debiera expresarse. En especial cuando la referencia es para con hermanos en la fe, los cuales son parte del cuerpo de Cristo al igual que cada uno de nosotros. En mayor o menor medida, sucede tras una entrevista a alguno de los personajes cristianos que pueblan la iglesia, y que tienen cierto grado de exposición. Generalmente, dejo pasar esos comentarios y jamás borro alguno, por aquella premisa periodística de privilegiar la libertad de expresión. Es comprensible que no todos compartamos las formas que otros tienen de hacer las cosas. Somos diferentes; Dios nos creó así. Pertenecemos a culturas diversas, y aunque nos une un mismo espíritu, tenemos distintas formas de compartir el Evangelio de Cristo sin perder su esencia.
Pero me entristece ver el nivel de arrogancia y el grado de violencia verbal ejercido por quienes pretender ser algo así como los "fiscales del universo", los "paladines de la fe", los "defensores de la sana doctrina". Y me surgen varios interrogantes...
¿Con qué derecho o autoridad un cristiano puede ensuciar el prestigio de otro gratuitamente? ¿Cuál es el grado de impunidad que dan las redes sociales para que cualquier persona, escondida detrás de un teclado y un monitor de computadora, canalice toda su frustración contra un hermano en Cristo, sólo porque no califica según sus estándares? ¿Pensamos alguna vez, antes de escribir, que detrás de esa persona a la que descalificamos públicamente, hay una familia, una iglesia o un trabajo que pueden ser afectados? ¿Somos conscientes de la gravedad espiritual de levantar falso testimonio contra un hermano? Y además, ¿tenemos noción de la gravedad judicial que es levantar falso testimonio contra una persona, difamándola públicamente sin argumentos, a expensas de ser demandados por calumnias, injurias y producir daños y perjuicios contra un tercero?
Me parece que debiéramos hacernos un examen introspectivo, preguntarnos a nosotros mismos y preguntarle a Dios si es correcto lo que hacemos en las redes sociales. Son tiempos complicados, donde es necesario que el cuerpo de Cristo esté unido predicando la Salvación. Sin embargo, nos encontramos descuartizando el cuerpo, denigrando a la novia de Cristo, solo para satisfacer nuestra voracidad por cazar brujas, y no nos damos cuenta de que estamos crucificando a nuestro propio hermano.
No hagamos vana aquella sentida oración de Jesús cuando dijo al Padre: "Que sean uno, para que el mundo crea..."